sábado, 6 de noviembre de 2010

Desamor.

Después de haber querido me pregunto dónde fue a parar la ternura. El rostro singular que la gente veía de mi. Los ojos dilatados, la mirada fundida, las manos tibias, los dedos inquietos. El dibujo de mi letra sugerente, la belleza del otro transformada en palabra, la canción simbolizando el fragmento no escrito por miedo, represión o censura.

Los años de amor esfumados en una correspondencia imposible o una respuesta silenciada.
La monotonía de las cosas no dichas. La rutina del intento inaceptado.

Al final, queda la ausencia de una ilusión infundada.

Cada quien en su lugar a distancia... a pesar de verse la cara cada tanto.
Y la ternura más lejos. Tan lejos que ya ni recuerdo como era.


sábado, 30 de octubre de 2010

Mis amores:

Theo, mi sol.

martes, 26 de octubre de 2010

mensaje en una botella

 Si tan sólo pudiese escribir lo que provocas en mi con la exatitud y la belleza que pudiera estremecer tu corazón. Sin tan sólo pudiera dibujarte hasta alcanzarte y decidieras quedarte conmigo.

Supongo que tenías razón, eso jamás sucedería.

jueves, 21 de octubre de 2010

Entrevista:

Comparto con ustedes la entrevista que realizara ayer para "Cuentame" en Detrasde.com desde la ciudad de Montebello, CA.
Gracias a Luis Ponce y a Claudia por la invitación y les invito a visitar la página.

Un abrazo,

Primera Parte



Segunda Parte

Claudia, Victoria y Luis. "Cuentame" en Detrasde.com

martes, 12 de octubre de 2010

De escuchar conversaciones ajenas.

"
- Oye, ¿ya levantaron la barda del lado de atrás? pero...¡si te mandé el dinero hace tres semanas para que compraran los bloques! No...no, el nopal que no lo tiren. ¿Cómo van a tirarlo con lo que yo lo quiero?
Estoy en el bus si.
Es que el celular tiene ruido raro. ¿Me escuchas?
Mi reina, ¿me escuchas? Estoy mejor sí. No te preocupes, ya estoy comiendo bien.
Los pantalones ya me quedan mejor, fijate que el otro día doña María me los tuvo que agrandar un poquito, así que estoy engordando.
Escuchame gorda, ¿ese cabrón del Chuy fué a conectar la tubería o sigues sin agua? ¡Pinche güey! ¡Pero si le mandé 50 dólares por correo! Seguro se los gastó en la pelea de gallos. Dime ¿y cómo está el José? No me lo vayas a dejar con nadie ¿eh? para algo yo te mando el dinero todas las quincenas. Nada de que se lo dejaste a tu madre pa que lo eduque ¿eh?
¿Estás comiendo bien? No te me vayas a enfermar mi reina. Pa algo yo estoy chambeando duro acá en el norte ¿eh? tú no te preocupes más que en criar bien a mis chamacos que yo les mando el dinero pa vivir.
¿Que si los extraño?
¡Los extraño mucho! Me haces falta, tú y los escuincles. Pero no quiero que se vengan pa acá, no quiero que tengan que cruzar ¿me entiendes? Mejor estoy solo acá y ustedes están más tranquilos allá con la familia.
Te quiero mucho mi reina. Si, si, pronto vamos a estar juntos. Espero poder ir pa la fiestas. El Chamo dice que después pagamos el mismo coyote que es seguro...el que nos trajo, si. Ese cabrón es bueno en lo que hace. María, tengo que colgar porque se me termina la tarjeta. Escuchame, dile a Don Jaime que te levante el murito ¿oíste? que si necesita más material te diga. Yo te llamo de nuevo el domingo y si necesitas dinero me dices y lo pongo el lunes en el correo. Voy a cobrar un trabajito extra que hize con el cuñao de la Paquita. Sí, cortándole el pasto del jardín. Bueno María, te quiero mucho mi reina, ¿oíste? me abrazas mucho al Jocesito le dices que lo quiero, que es mi consentido. Y me lo cuidas, ¿oíste? Sí, los extraño. El domingo vuelvo hablar, me saludas a mi amá cuando la veas, dile que la quiero mucho...¿bueno?..¡¿bueno?!

¡Pinche tarjeta! ¡No dura nada...!"

jueves, 7 de octubre de 2010

Y aunque no quiero...

intentaré olvidar tu alcoba y el color de tus sábanas. Procuraré quitar el aroma de tu cabeza sobre la almohada, ese perfume que durante días provocó sueños extraños e imposibles de cumplir. Acudiré a mi desmemoria y dejaré de buscar los títulos encontrado en tu biblioteca. Me aferraré a la necesidad de olvidarte. Adorar la imagen de tus ojos clavados en un espejo me conduce a la desperación. Y no es bueno. Lo dicen la salud, la justicia y la cordura. Ese pedazo de bondad racional que aún cargo conmigo. Lo dice tu hartazgo y tu rechazo a mis palabras. Esas que intentan expresar la inconciente probocación de tus labios y de tus uñas pintadas de rojo.

Tus labios son para otros. Tus manos y tus sueños también. La mirada tierna, la palabra amorosa, el deseo brotando de tus senos, el suspiro ahogado en la madrugada, la intimidad que guardas en tus cuadernos, la copa de vino en solitario, el amor no correspondido y la esperanza de tu próximo amante tocando a tu puerta...nada de lo tuyo es mío. Sólo el vacío de saber que prefieres la ausencia de mi.

jueves, 12 de agosto de 2010

Confesión para usted.

Sueles decir "tu intensidad me aleja" y huyes de todo lo mío. Te escondes de mis palabras, de mis irracionales letras, de las estúpidas canciones que me vuelven torpe. Del cuerpo que temes sentir sobre ti porque el miedo disluye cualquier intento curioso.

Represento la furia reprimida, el deseo contenido, la maraña de miedos acorralando tus ganas. Los húmedos sueños que jamás contarás. El silencioso orgasmo diluído en el pavor de ser descubierta. Mueres por sentir más de lo permitido. Mueres por vivir la locura que adivinas más no aceptas.

Así que  encerrada en tu caparazón de miedos disfrazados me despido de ti.

La paciencia tampoco es un arma eficaz para mi desaforada necesidad de dar. 
Quería desnudar tus ganas de experiencias nuevas, únicas e irrepetibles. Darme y darte. Permitirte, hacerte sentir.

Pero mi intensidad asusta. Y aunque me extrañas y te extraño sin haber tenido nada por el cual extrañarnos sigo mi camino, procuro estar bien y te dejo en paz.

martes, 13 de julio de 2010

Después de tanto tiempo.

Diez años atrás caminaba por la costa del Río de la Plata, exactamente por la rambla Sur; ahí donde Javier Barrios Amorin cruza San Salvador y muere en la costanera. Era invierno. El oleaje como suele hacer durante los inviernos motevideano golpeaba sobre el cemento su furia indomable.

Bravo como ninguno, majestuoso y gris, el Río como Mar -que ni es río ni es mar- hizo las veces -cómo otras tantas veces- de padre consolador, de madre comprensiva y confidente hermano mayor.

Con la mirada perdida en busca de una orilla que nunca llega a verse, arrodillada como en el más sagrado de los altares confesé mi secreto: dejaría atrás las navidades de verano, el olor a las tortas fritas cuando llueve, al chimichurri recién hecho sobre el medio tanque, el sonido de los tambores cruzando cada domingo Isla de Flores, el vino tinto en caja y los ravioles caseros de mi madre cada vez que la visitaba.

Ni la crisis económica, ni el exilio político,  ni la mediocridad social que no aceptaba a raja tabla mi escencia  fueron razones valederas para hacer tal confesión. La única excusa posible fue el amor.
Un amor que había llegado de sorpresa para enseñarme que el mundo ni era ancho ni era ajeno. Y que detrás de los límites, las aduanas, las fronteras, existían nuevas lecciones que aprender.

Por casualidad o por designio divino yo había nacido en un país sin nombre propio. Una República situada en el lado oriental de un río de cuyo nombre se apropió: Uruguay. O Río de los pájaros pintados, como nos gusta llamarle a quienes estamos deseosos de reivindicar nuestra raíz indígena.

Crecí en una población llamada "los que bajaron del barco", hijos de emigrantes italianos y españoles. La historia que me contaron fue de exterminio y de aniquilación. Tuve que llegar a leer los libros de Galeano y de Vidart para aprender que antes de los españoles mi tierra tenía historia, raíces que se prendieron a nosotros los nietos y tataranietos en un mestizaje espiritual más que biológico.

Deseosa de aprehender el mundo de quien fuera en aquel entonces la elegida como compañera de vida,  tomé un avión y dejé impresa en mi memoria la última imágen de mi país: una vista área de azul celeste con muchos puntitos verdes. Y atrás el Río como Mar guardando mis secretos y mi promesa: "con vida o sin vida volveré a vos pero mientras te dejo lejos porque si te llevo me muero antes de llegar".

En más de una oportunidad en estos diez años por asuntos de sobrevivencia emocional tuve que acallar el recuerdo de esa caminata invernal llena de confesiones a mi río. Tuve que adoptar otro lenguaje, otras palabras, otros acentos, levantar otras banderas, dejar de tomar mate aún en mi propia casa porque el mate se comparte no se toma a solas.

Y conocí de la pasión y nacionalismo mexicano y me contagié de las cosas lindas de ese segundo hogar que generosamente se me otorgó.

Amé cada instancia vivida en la nueva tierra -aún las que cómo sudaméricana sufrí- y admiré por sobre todas las cosas el nacionalismo exagerado  de  un pueblo que me mostraba  con orgullo  su identidad indígena a pesar de la aculturización. En el fondo quería ser como ellos. Conocer el patriotismo absurdo.

Como uruguaya la identidad se me hacía ajena. Eramos el calco de una europa peninsular italo-española. Misma cultura, mismo apellido, misma sangre, mismo idioma, mismas costumbres, misma comida, misma educación.

En mi casa,  las postales y fotografías de indígenas latinoamericanos abundaban por todas partes. Recuerdo en mi viaje a Chile antes de convertirme en emigrante mi admiración por el pueblo  mapuche y huiliche.  Y mi envidia por no tener de índigena  más que una garra emocional.
 En verdad creo mi necesidad de no ser una fiel copia de mi ancestros le ganaba a la realidad.

Después de diez años de adormecer una gran parte de mí y de cuarenta y pico de años de buscar un sentimiento de orgullo nacional me siento frente a un televisor.

Miro un partido de fútbol, grito un gol con toda el alma, me pongo de pie a cantar el Himno uruguayo, con los pocos dólares que me queda me compro una camiseta celeste,  saco mi matera de cuero con la inscripción "Mi charruíta linda" comprada en la 18 de julio -que hoy se me hace tan angosta- por aquella excusa de amor que me impulsó a conocer un poco más del mundo.

Tomo el metro, me cebo un mate, no me importa que me miren, que parezca un bicho raro.  Cocino mis propias empanadas, mis choripanes, contagio a mi roommate colombiano de la emoción del encuentro con mis cosas, escribo hasta el hartazgo en las redes sociales sobre la pasión y el fervor que me brota.

Me olvido del resto, de los mexicanos, de los centroamericanos, de los españoles, de los brasileños, me olvido del orgullo de los otros  y lloro como un niño que se ha perdido de la mano de su madre y al fin la ha encontrado.

viernes, 9 de julio de 2010

catarsis ...

Una vez tube una casa, un gato, un amor y la mujer más hermosa del mundo a mi lado.

La casa olía a lavanda, a través de sus ventanas podía ver el sol amanecer y la majestuosidad de un cerro coronando la ciudad que no era mía. Al mediodía la mujer destapaba la olla que rugía desde el fuego y servía sobre mi plato las bendiciones que sus hermosas manos habían cocinado para mi.
A la noche tomaba un libro  desde el librero marrón y leía en voz alta a la mujer más bellas, las palabras de mis autores favoritos.

Sus ojos de gacela en celo incrustados en los míos despertaban la fuerza de mis manos entonces dejaba de leer y comenzaba a escribir sobre su piel mis mejores poemas. Acorralada entre un sillón de pana verde y almohadones de saten desnudaba sus prejuicios. Sus quejidos eran la música que acompañaba mis madrugadas.

En ese entonces todo era perfecto.
El gato, la mujer y yo teniamos una misma casa.
Quiero decir teniamos un mismo amor.
Y el mundo era el mejor lugar para vivir.

Eso sucedió siete años atrás ahora el mundo es una guerra de palabras. Un amor desencontrado, una casa llamada sofá, unas ganas locas de irse a no se donde. Seguramente a un lugar donde volver a tener una casa más grande, con ventanas por las cuales ver montañas que coronen una nueva ciudad, algunos hermanos para el gato, la mujer más bella del universo durmiendo a mi lado y por sobre todo un mismo amor. 

Parece tan lejos todo...y tan ridículamente inalcanzable. 

lunes, 28 de junio de 2010

La historia de mi orgullo.

“El orgullo, -decía mi padre- es algo que se lleva silenciosamente en la sangre”. Desde esa frase inaugural sobre el orgullo familiar aprendí que debía distinguir bien entre las voces del silencio que intentan callarme y los ruidos que me distraen de lo que verdaderamente creo.

Según su pensamiento, clamar a los cuatro vientos sobre lo que uno es, era caer en el pecado de la vanidad y la soberbia. En el plano político y social, mi progenitor, también abogaba por los cambios silenciosos. Creía que manifestarse públicamente contra gobiernos represores o contra una guerra, era cosa de “comunistas revoltosos”. Un verdadero patriota que deseaba el cambio social debía guardar silencio y demostrar únicamente su valentía en las urnas de votación cada cuatro años.

De acuerdo a las ideas de mi progenitor, sus nietos seguirían viviendo hoy bajo el régimen militar de los setentas. Ya que el pasaje de la dictadura militar, a la seudo democracia en América del Sur, sobrevino gracias la voz del pueblo que tubo la valentía de salir a las calles y romper el silencio manifestándose -entre otras cosas- a cacerolazos *.

El silencio en mi familia era como un idioma.

Sin hablar, siempre se sabían las verdades. Jamás durante mi adolescencia necesité presentar a mis novias como novias. A cada visita de ellas, mi padre, se encargaba de ofrecernos su recamara matrimonial. Quedando establecido para el resto del clan que aquella nueva mujer, era la actual pareja de su hija menor. El asunto era aceptar sin nombrar ni dar título. Una cómoda manera de continuar el equilibrio y la paz familiar. ¿Para que mostrar mi orgullo en palabras si tenía la cama servida y la cena en paz?

martes, 22 de junio de 2010

La reina de la hipérbole. (Parte 1)

(Dedicado a Pilar. Cuyas letras se han convertido en fuente de inspiración)


En mi casa paterna los sábados se escuchaba fútbol.
Desde una radio antigua cuya caja de madera tenía el olor de las cosas viejas con las iniciales G.E.  grabadas en dorado y conexión eléctrica los comentaristas deportivo relataban con esa clásica pasión que denuncia llevar sangre italiana o española en las venas los movimientos desde una cancha donde 22 hombres, tras una pelota de cuero bastante más primitiva que una jubalini exaltaban la presión arterial de mi familia.

Yo no era ajena al griterio, a las discusiones, a las risas y a los llantos que desbordaban el patio de baldosas con aljibe en el medio. Tampoco era ajena a la pregunta: "Y vos...chiquita...¿de qué cuadro sos hincha?" Y entonces yo temiendo a un domingo sin matinee o a la diminusión de chocolatines Águila respondía de acuerdo a la camiseta de cada quien. 

La respuesta era fácil: Peñarol o Nacional.

En la casa nadie leía libros. Pero las revistas de Peñarol Fútbol Club rondaban el comedor, el baño, la cocina, el corredor, el cuarto de mis viejos. Imágenes de Pablo Forlán o de Morena eran tan familiares como el retrato de mi bisabuelo moro que escapó desde Andalucía como polizón en un barco hacia el Río de la Plata .

Por otro lado los figurines con la camiseta blanca de corazón azul y rojo llegaban cada mes hasta el zaguán: "Nacional Fútbol Club es el cuadro nacional chiquita...Peñarol lo fundaron los malditos ingleses.Vos tenés que ser "bolso" como el tío Luis no me vengás con pelotudeces de andar hinchando por los "manyas"

Los domingos a la tarde eran de fiesta. Era el día de seguir a los equipos locales, los del pueblo.

Se permutaba la reunión familiar alrededor del viejo armatoste de radio con lámparas por la ida a la cancha de turno. Los colores de las camisetas cambiaban, los equipos también. Negro y blanco: Río Negro. Rojo y blanco: River Fútbol Club. Verde y blanco: Universal y así desfilabamos entre las canchas de Tito Borjas y la de Central,  la del Barrio Colón y la del Barrio Industrial.

viernes, 18 de junio de 2010

visibilidad lésbica



Hace algún tiempo escribí este poema.
Hoy le doy voz y le pongo rostro.
¿La razón?
No nací en un armario por lo tanto no me condenarán a el.


Lo que no se nombra, no existe.

martes, 15 de junio de 2010

Apuntes en un diario.

Extraño el tiempo donde volar era la consigna. Los veranos eran de playas, las noches de estrellas en el cielo. El campo olía a verde y las manzanas tenían sabor a manzanas. Los sueños desfilaban por la plaza, todo tenía nombre a mañana y la eternidad era cierta.

Amaba a quien me amaba y los amigos siempre tenían tiempo para vivir la amistad.
El país era uno y el enemigo era el mismo de todos.

Extraño el calendario donde el 1 de Mayo era 1 de Mayo, Día de los Trabajadores y los domingos eran de fútbol en la canchita del barrio. La tardecita tenía cara de sol poniendose en el horizonte allá donde el río se juntaba con el cielo. La noche se impregnaba de poesía en los boliches que de uno en uno recorríamos. Las servilletas simulaban cuadernos donde escribir nuesta historia.

Las computadoras no existían como no existía esta enfermedad de vivir en la casa del enemigo. En la contradicción de amar a quien no nos ama y de agendar un mes  antes la visita de un amigo.

Hoy la libertad es una cárcel con paredes de vidrio. El mundo pasa a lo lejos. La gente sube y baja de los aviones, despega, aterriza, se va, regresa. Tengo la sensación de que golpeo una puerta que nunca se abre pero escucho una voz diciendo:  "No hay nadie". Y de rabia contesto: "Suerte que nunca vine".

En el País de la Libertad

miércoles, 9 de junio de 2010

Imágenes de una unión indeseada.

Tu orfandad y la mía son iguales.
La figura de una madre casi inexistente pesa tanto como la tumba de una madre muerta.
Te imagino por las noches arropada entre almohadas que simulan el cuerpo masculino de algún viejo amante o en el insomnio de la madrugada repasando los viajeros instantes de  fortuitos encuentros.

Cierro los ojos y puedo verte a  la mañana mientras preparas el café.
Siento  las yemas de tus dedos dibujando mensajes o marcando un número a distancia para re-encontrar la voz que cruzando distancias calme la desesperación de ser niña abandonada.


No necesito estar  me basta la imaginación. Te imagino y es como verte.

Te sé y lo sabes aunque me niegues. Aunque te escondas de la intensa manera de pensarte. Esos lazos invisibles que nos unen o esos felinos nombres que hacen real nuestra compañía. La música que escuchas o los libros que lees, los viejos cuadernos con sus páginas en blanco, el libro que aún no te animas a escribir y los árboles que un lunes al atardecer nos acobijaran.

Tu orfandad y la mía son hermanas desde el sur y amigas desde el norte.
En el mismo espejo nos miramos y fué así que reconocimos sin nombrar el sentimiento desgarrador de una niñez atormentada y de una adolescencia rebelde luchando por sobrevivir.

sábado, 29 de mayo de 2010

Viajera.

Enamórate de mi ciudad, de sus tambores en domingo bajando por Isla de Flores hasta el Cementerio Central. Canta con mi gente su alegría, píntate la cara en una murga en carnaval, camina por la rambla y aprende a tomar mate amargo. Descubre la poesía de los adoquines que alguna vez pisé, maravíllate de la similitud con Barcelona o Madrid. Abre la puerta del Café Bacacay siéntate en la primer mesa contra la ventana a tu izquierda, deja que alguien recite Benedetti, pide una grappa con martini y dibuja tu nombre en el polvo de alguna ventana. Armate de valor y emprende el vuelo. Mójate los pies en el agüita del Plata, con tu mirada bordea el límite del mar sin olas, déjate alcanzar por la belleza del acento, aprende mis palabras y guardalas contigo.

Después regresa.
Te estaré esperando.

Y cuando vuelvas pon tus manos en mi pecho que la palma de tus manos devolverá  lo mío. 

martes, 25 de mayo de 2010

conexiones inexistentes

Era domingo y mientras el insomnio sobresaltaba la madrugada en el lecho de tu casa, una imagen de tu risa se dibujaba en la pared de un bar de mala muerte donde una pequeña pista de baile se convertía en mi  infierno personal.

Una alucinación de tu rostro dibujada en la pared con fondo azul, la imagen perfecta de tu guiñada tintineante. El certero poder de tu ojo clavado sobre mi frente. El sudor bajo mi ropa, el delirio de querer estar lejos de la música y de los cuerpos ajenos. El deseo de querer estar contigo en tu casa y con tus cosas más queridas.

Pero otra sonrisa en otro cuerpo se alzó ante mí. Un cuerpo joven pegado a mi cuerpo, un par de ojos negros metiendose en mis ojos marrones. Las caderas de una mujer que ha parido  hijos y que  intentan enseñarme a bailar salsa. 

  Su pelo rizado, su color de piel canela, su seductora caricia sobre mi cuello nada tenían que ver contigo. No eras ella, y cuando mis manos apretaron sus pechos dije tu nombre.
Y como por arte de magia tu sonrisa dibujada en la pared del bar desapareció.
Quizá fue en ese momento donde despertaste sobresaltada por un ruido que jamás existió.

sábado, 15 de mayo de 2010

Entre muros.

Tu muros, mis muros por momentos se derrumban. Son efímeros instantes en que una palabra dibujada o una guiñada sobresaliendo por sobre el escote de tu blusa se apoderan de mis fuerzas y derriban el más alto de mis cercos. Los tuyos se diluyen tras el silencio  como  granos de azúcar en medio de un oscuro espresso. Te acercas en mi lejanía. Cuando quieres y a tu modo. 
Te asemejas a un gato tras un ratón. A un bravío cazador estudiando de lejos y a escondida su presa. Agazapada y silenciosa. Estudias el momento justo y lanzas el zarpazo cuando menos lo espero.
Ahí estás guiñando un ojo, sonriendo  con la mirada mientras quita de tu pecho un pedacito intruso de ternura que se  ha colado en un: "te quiero como sos" que endulza el oído pero a la vez espanta. 
Derrumbas el muro mientras tomas una cuchara y bebes la sopa de mi plato. Y te miro como adorando el segundo en que pasa por tus labios el liquido oloroso de los hongos mezclado con las espinacas, se desliza por tu lengua y recorre por dentro el territorio que te forma. Quisiera ser cada  gotita de sopa que alimenta tu vida. Y pienso que seguramente cuando  niña odiabas la sopa. 
Me pregunto si en tu niñez seríamos amigas, me lo pregunto ahora en que me pides una y otra vez poder serlo. Y tengo miedo, miedo de tí que me haces escribir las palabras que no puedo decirte.
Atrapo cada segundo visual de tu imagen. Te veo allí con tu mano apoyada contra un árbol mientras conversamos de cerca, tan cerca que puedo meterme en tu aliento. Tan cerca que tus ojos se meten en mí como el aire entra en mis pulmones. Te pregunto si te ha gustado lo que he escrito. Me dices que ya lo has dicho y en realidad mi pregunta es mentirosa. En realidad quiero preguntarte si te ha gustado lo que te he escrito. Entonces me doy cuenta que tengo miedo. Miedo de tus respuestas, miedo de tus no, miedo de que te alejes cuando en realidad estás cada día más cerca. 








viernes, 7 de mayo de 2010

¡A la madre!



Yo tenía una madre, igual que vos. Sí. Así, como todo el mundo. Todos tenemos una madre cuando nacemos. Una de esas que te alberga nueve meses en su vientre. Solamente que vos no la conociste. Bueno, confieso, tampoco yo la conocí mucho. Pero era mi madre.

Dicen que mi madre me amaba tanto que decidió desprenderme de ella y dejarme en otra casa que no era su casa ni la mía, pero la cual me daría lo que ella no podía darme. Bueno, unos dicen.
Porque otros dicen que era tan poco lo que me quería mi madre, que prefirió alejarme de ella. Dicen que ella era peor que una gata, porque ni las gatas dejan a sus hijos cuando los tienen.

Pero digan lo que digan, lo cierto es que yo tenía una madre; así, igual que vos. Solamente que mi madre nunca me bañó ni me dió de comer. Tampoco me cuidó cuando tuve el sarampión y las paperas. No sé por qué faltó a mi cita con el doctor y nunca fué a recogerme a la escuela. Pero yo la esperaba. La esperaba todas las noches cuando el ómnibus que venía de la capital paraba en la esquina de la casa dónde me criaban.
 
Criaban es una palabra dura. Pero me acostumbré a ella.
Me decían "la criadita de Don García". Y bueno, no era que yo fuese sirvienta, pero tu madre, me lo gritó en la cara cuando te tiré una piedra con mi honda de matar pájaros. Mirá, Rosario, tu vieja era una hija de puta, por más que fuese artista pintora. Y si yo te tiré la pierdra fue porque vos me tenías repodrida gritándome "marimacha"...¿marimacha yo?...si tenía el pelo largo y bien cuidado. A vos te reventaba que yo no quisiera jugar a las muñecas. Y es que Rosario ¿no te desayunabas de que yo no tenía instinto maternal y odiaba a las muñecas?

viernes, 30 de abril de 2010

Soñar no cuesta nada.

 Teniendo en cuenta que en Los Ángeles depender del transporte público es un atentado contra sí mismo siendo una de las tantas con inclinaciones suicida cuento solo con una herramienta para  no autoeliminarme de raíz: la imaginación.

Durante las dos horas de ida y las dos  de vuelta que me consumen de las 24 horas diarias  parte de mi salud mental (y física) en ese recorrido que se llama "ir al trabajo"  ayer decidí filtrar los pensamientos y quedarme con éste:

"¿Qué haría si ganara un billete de lotería con 20 millones de premio?"

Primero me dije: "negociaría con mi mejor amiga para que cobrara el premio".  Ciertos habitantes del terriotorio "americano" tenemos el derecho de comprar un billete de loteria más no a cobrarlo. La negociación sería: ¨"vos  cobrás y te quedas con 5 millones después de pagar los impuestos el resto es mío". Habría que ver si mi amiga es tan amiga que no me reclama 10 en lugar de 5.

En algunas situaciones la "amistad" se esfuma y el "imperio" es tierra fértil para que un amigo se convierta en enemigo tras el atractivo billete verde.

jueves, 22 de abril de 2010

Tu muerte.

Conocí la muerte cuando tenía siete años, la escuché caer de golpe casi al mediodía en la cocina de mi casa mientras sentada en la mesa del comedor terminaba mi tarea de gramática. Empezó con un grito, agudo, fuerte, seco. Continuo con el cuerpo de mi madre tirado sobre el piso de baldosas color vainilla. Su rostro de frente, tieso, paralizado y frío. Sus lentes redonditos de lado sobre su costado izquierdo.

La muerte no me espantó lo que me espantó fue la ausencia de ella.

El preguntar dónde carajos se había ido  después de trece  días en que la ambulacia  llevara su cuerpo lejos de la cocina de casa y el no tener respuesta. La falta de ravioles caseros en mi plato de los domingos, el silencio de Mercedes Sosa en la radio, la desaparición de mi cuento por las noches, la carencia de una palabra cariñosa o un mimo sobre mi pelo.

El llanto de mi padre vestido de negro y los domingos de idas al cementario lo ocupaban todo.
De lo demás, de las cosas de mi madre, nada quedaba.

Odiaba el olor a muerto, el olor a pinos, el amarillo de los crisantemos y el agua podrida en los botellones de vidrio verde. Odiaba a los niños con madres, a la ropa limpia recien lavada tendida al sol, al ruido de las ollas ajenas, a la sonrisa maternal de las maestras, a las sonrisas suprimidas en la sala de mi casa.

Todo terminado,  acabado,  destruído, la muerte se convirtió en ladrona de  mi niñez.
 Hasta que aprendí a matar.

Y crecí siendo la asesina de mis propios muertos. Aprendí a estrangular un sentimiento, a estrujarlo hasta exalar el último de sus suspiros. A quedar impávida, fría y sin miedo al dolor emocional.  La muerte no me daba miedo, me atraía tener el poder de matar pero me aterraba la ausencia que proseguía a la muerte.

La muerte sigue sin darme miedo pero me aterra tu ausencia en mi pensamiento.

Esa calma fría comparada a la nada.
El helado silencio de un mensaje no respondido.
El recuerdo de una imagen feliz, asesinada.
La llamada que nunca se responderá.

¡Hay tantas maneras de matar!
¡Hay tantas maneras de morir!



martes, 20 de abril de 2010

Entre árboles.

Te he visto caminar mientras las hojas secas crujían bajo tus pies, mirar al cielo, respirar hondo, llenarte los pulmones de aire verde, de aire pino, de aire malva. Observar dos chicas sentadas en un mismo árbol escondiendo quizá una historia de amor secreta.

He visto tus ojos claros sonriendo mientras la tristeza de una agonía que pareciera no tener fin, se sentía acompañada por un ratito, menos sola y menos triste. Te he robado una sonrisa invitandote a tomar un té en la casa de mis sueños. Te he contando  la historia de mi tío que vivía en el campo y que me llamaba puta a mis seis años por usar pantalones rojos. Me has preguntado si realmente el rojo enfurece a los toros, has llamado estúpido a mi tío y he sentido tu homenaje a mi niñez.

Me he perdido en tu deleite al escuchar los sonidos de la tarde cayendo sobre el monte, he recordado el croar de las ranas en aquellas tardecitas donde jugaba a mis 12 años a ser explorador y he sentido un salto del corazón al verte sentada con las piernas cruzadas mirando el agua de la cañada deslizarse por las rocas bajo un techo de árboles y enredaderas. 

Quise guardarte en ese instante para siempre. Tomar tu imagen como una fotografía mental en mis retinas, llevarte para el resto de mis días. Quise creer que vendrán nuevos caminitos por caminar así de cerca, contandonos cosas, sonriendo, intentando descrubir-nos entre árboles.

Estar ahí, donde alguna vez desee estar, entre la naturaleza y tus ojos.  Que me dejes cerca de vos tanto  como quieras dejarme.
Como un par de niñas, como dos adolescentes o como lo que somos, dos mujeres que se dan amor como pueden darlo.

viernes, 16 de abril de 2010

reflexión de una simple bloguera

He perdido el anonimato. Ahora tengo rostro, nombre, facebook, twitter,  y hasta un número telefónico publicado en la red. 

Hasta el momento en que decidí presentar mis credenciales sólo era un "nick-name" desnudando íntimidades en un blog. Entonces ser anónima daba cierta libertad. Podía sentarme frente al teclado y diseminar por el ciber espacio cualquier historia mía o de los otros con decenas de faltas de ortografía. Contar detalladamente una simple idea o frustrado deseo. Inventar el juego de la vida que deseaba vivir o armar el rompecabeza de lo ya vivido.

De ese modo los desconocidos conocían de mí más que la persona que dormía en un cuarto contiguo al mío. Fuí respetada, acompañada, criticada, y querida. La soledad del emigrante que daría lo que no tiene por trasmutar aunque más no fuera en un sueño, se vió compartida. Dejó de ser un peso, una agonía. Mi gran historia de amor-desamor se convirtió en una novela, y escribir fue mi terapia.

A miles de millas de distancia, la red acortó el silencio de lo mío. Mi tierra, mi gente, mi cultura. Mis ríos, mis campos, mis playas. Acercó lo viejo a lo nuevo. Así llegaron ciber-amigos, ciber-colegas, ciber-compañeros de una misma ruta. Blogueros del alma.

Mucha agua ha pasado bajo el puente. Muchas idas y venidas. Mucha historia. Mucha gente.

Lo cierto es que soy una persona solitaria -a pesar de ese mar de fotografías que han dejado una imagen de fiestera pata de perro callejera la mar de divertida- cuyo mejor amigo es un gato, con un carácter peculiar, que ha sido amada hasta más no poder y que ha preferido la soledad antes que el matrimonio, hijos adoptados, perro, casa, documento, west side, viajes a Europa, anillo de compromiso, cuenta bancaria, auto del año, camioneta familiar y canciones de Luis Miguel.

En verdad este no es un post  aniversario ni  despedida. En verdad  me he sentado aquí para compartir esta sensación de haber perdido un poco más de la escasa libertad que me quedaba.
Ya no puedo escribir poemas de amor a quien amo y no me ama.
Ya no puedo contar las más descabellada de mis historia .
Ni decir por ejemplo, que ayer me desperté cuatro veces en medio de la madrugada con la angustia anudando mi garganta. Con el deseo de irme sin saber bien a donde. Quizá al anonimato de la red. Ahí donde mostrarte quien soy sin que me veas el rostro.

viernes, 9 de abril de 2010

Querida Elena:



Me ha dado gusto saber de vos quizá por eso te escribo. Bueno no sé, tal vez te escribo para hacerte una pregunta no más.

El internet tiene esa magia de poder convertir los deseos en realidad en milésimas de segundo. Y cuando pensé en vos el otro día mientras Al Gore daba su discurso sobre el calentamiento global, me dije, esta noche la "googleo".

No pienses en una asociación de ideas erróneas. El incremento de la temperatura atmosférica nada tiene que ver con el recuerdo de tu calentamiento hormonal conmigo hace ocho años atrás. Espero me entiendas. Eso de la educación, la destrucción del planeta y las políticas de gobierno siempre fueron tu fuerte. Y bueno de ahí mi interés por saber de vos.

miércoles, 7 de abril de 2010

sádico poder

 La dulzura que desprendes de tus ojos como saeta cruza la ciudad, viaja sin que puedas darle dirección y aterriza en mis sueños. Cada noche, cada mañana ahí estás en mi cerebro.
Te haces letra, canción, poema, palabra, música. Vienes sin querer llegar y te instalas sin desear quedarte.
La dulzura se convierte en pesadilla cuando una y otra vez intentas huir de mí sin dejarme.
Ya no eres una imagen, una pintura, un cuadro, una madonna.
Eres un verdugo, una condena, un asesino. Brota tu sádico placer en cada sueño que me robas.
Y en silencio de lejos disfrutas cuando lees cómo desangras mi deseo de lo utópico.

lunes, 5 de abril de 2010

La espera.

Anoche he soñado contigo. Que llegabas a casa, blanca, inmaculada con tus manos frías a tocar mi puerta. Me recuerdo ahora de otras esperas. De otras noches donde el ruido de un motor que aminoraba la marcha se convertía en un disparo de ansiedad y taquicardias.

De niño, nuestro reloj interno funciona cien veces más lento que de grande. Será por eso que uno nunca termina de curar los dolores de la infancia.
Los segundos se convierten en días y los días en años. Como un gato que de cumplir un año ya ha vivido siete. Para ellos el tiempo no es el nuestro. Y hoy mientras miraba tras las ventanas de casa, ese auto blanco que estacionaba al borde de mi acera, el corazón volvió a latir eufórico. Quizá había desistido de la diaria rutina de tus días para llegarte hasta aquí a tocar mi puerta.
 
Cerré los ojos y en un segundo recordé aquellas noches en que el autobús proveniente de la capital, exactamente a la una, en medio del silencio sepulcral de la madrugada se estacionaba en la esquina de la avenida Yaguarón y Rivera frente a la panadería Cores. Entonces, cerraba los ojos y mi corazón de cuatro años acelerado pensaba:

- ¡Ahí, llega!

Metida bajo una manta gris apretaba la mandíbula y los ojos, estrujaba mis manitos, rompía mis dedos contando en marcha regresiva el tiempo entre el motor que aminoraba la marcha y el golpe en seco de una mano de bronce colgada en la puerta de calle. Los minutos eran una eternidad que cruzaban las baldosas rotas de la bodega de Don Ruiz, la casa de la flaca Gladis, el muro de Doña Cándida, el perro de Don Benito que nunca llegó a ladrar....Luego el silencio cortado por el motor acelerado que partía rumbo a la central de autobús del pueblo. Y mis ojos que se abrían y mis manos que se abrían y otra vez, la espera sin premio ni regalo.
 
Yo miraba el cruxifijo de plástico fluorescente que en la noche se me hacía inmensamente grande y luminoso colgado de la cabecera de mi cama de jergón, miraba a ese sabelotodo que cuidaba mis espaldas mientras yo dormía, y le decía:

- ¿Cuando va a llegar?

Si respondió alguna vez nunca lo supe porque no entendí su lenguaje jamás. Sólo el silbido lejano del tren proveniente de Mercedes rumbo a la capital a la una y media de la madrugada cuando los trabajadores del frigorífico iban a trabajar. 
Entonces me dormía sin sueño de puro coraje y desilusión. Me dormía pensando que mañana tal vez fuese diferent porque desde chica a uno le enseñan a esperar.
Pero la diferencia entre ayer y hoy es abismal.

Mamá debía llegar y no llegaba, en cambio tú, siempre llegas de sorpresa aunque sea en mis sueños. 

miércoles, 31 de marzo de 2010

de geografí@ y metrí@s


 Vos por tu lado habías estudiado profundamente "Los lenguajes del amor".
Tenías cinco años de matrimonio consagrado ante la ley y ante dios. 
Llevabas el vientre listo para acunar el fruto de la unión divina y las caderas exactas para parir la herencia de tu bisabuela, ex condesa de Navarra. Un futuro promisorio como ama de casa, esposa y educadora de los futuros descendientes de la sangre de tu padre.

Educada bajo los designios de la clase intelectual conservadora.
Buena en la cocina, agradable en sociedad, sensual en la cama. Tres formulas exactas para hacer feliz al hombre que ganara tu corazón y al cual jurar amor eterno.
Heterosexual convencida de que los hombres eran de martes y las mujeres de venus. Devota del altar hogareño y defensora de tus tradiciones.
Una mujer en todo el sentido de la palabra, normal.

Yo, por mi lado, habiendo leído el Arte de Amar (más allá de las letras de Erich From en las sabanas de mis amantes) traía una lista abultada de enamoramientos. Lo cual me convertía en una lesbiana con experiencia amatoria. Además de llevar con honor la medalla de muchas conquistas, había obtenido mi maestría en el amor en la universidad de la vida. Buena para escribir poemas románticos, bohemia por naturaleza y educada en la literatura de los surrealistas franceses, tenía un pasado decadente, un presente solitario y un futuro lleno de esperanzas.
 
Lesbiana por naturaleza convencida que los hombres debían vestirse de rosa y las mujeres de azul; religiosa de bares, burdeles de mala muerte y defensora de la soltería más acérrima.
Vos, nacida en el hemisferio norte.
Yo, parida en el hemisferio sur.

Cuando mi tía Catalina profetizaba a mis cinco años, que en el 2000 se acabaría el mundo, yo contaba los dedos para saber cuantos años tendría en ese tiempo tan inalcanzable. Y me parecía que si la matemática no me fallaba, aún sería lo suficientemente joven como para querer vivir en este mundo. El 2000 llegó, y ante el pánico de que las computadoras enloquecerían y perderíamos toda la información de la humanidad, vos grabaste todos los correos electrónicos que crearon el encuentro posible entre tu nombre y el mío cruzando los trópicos y hasta el mismo Ecuador.
 
Si, yo era lo suficientemente joven para que el 2000 me encontrara abrazada a ti gritando feliz siglo luego de cruzar todo un hemisferio.
 
¿Cómo fue posible ésta loca realidad de encontrarnos cuando el destino nos había parido tan lejos de nuestras realidades?
 
La geografía, la religión, la moral, tu historia, mi historia, tu familia, tu marido, mis amigos, todo... indicaba una geometría de líneas paralelas. El destino de dos seres humanos que jamás hubiesen podido amarse.

El @ y el .com  cruzaron el continente.
Los aviones permitieron el abrazo.
La familia toleró más nunca aceptó.
La moral y la religión quedaron en los cajones de un escritorio.
Y hubo que reinventar la geometría, porque las paralelas también podían unirse.

domingo, 28 de marzo de 2010

Historia de la pensión. (Cap. VI)

Pasaron dos meses y llegó octubre. Recuerdo muy bien que era octubre.
Todo sucedió en el Festival de Rock de Montevideo, fuimos juntas a escuchar a Fito y a Faby Cantilo: “Giro” y un estado de coma. La “maruja” de rigor y la “maría” de primera,entre medio el sexo.

El portavoz de un esperma joven que rompería el encanto de nuestra historia de amor se llamaba Gabriel y tenía 17 años.

Silvia se dejó llevar por sus dudas, su necesidad de averiguar si aún seguía siendo hetero o ya se había recibido de lesbiana. Algo así como probarse a sí misma si continuaba siendo normal o había dejado de serlo.

Yo, ignorante de la situación (por lo general uno termina siendo el último en enterarse de las noticias de tal calibre) terminé tomando cerveza en un bar con Gabriel el cual me parecía simpático, abierto y amante del rock and roll.

Además de tener suficiente dinero para regalar la coca más rica que habría probado en toda mi existencia, Gabriel, tenía carisma para fingir. Fue así que durante dos meses, Silvia, Gabriel y yo fuimos amigos de juergas. El respetaba nuestra relación, ella se comportaba como mi pareja y yo ignoraba que hacía dos meses atrás los chicos habían jugado su propio juego sin invitarme a jugar.

sábado, 27 de marzo de 2010

Historia de la pensión (Cap V)

Teníamos el deseo de comernos el mundo juntas por lo cual comenzamos dejando la pensión de Eduardo Acevedo y rentamos una piecita en una de esas pensiones que se parecen a las caballerizas de cualquier hipódromo. Un corredor largo con muchas medias puertas. El cuarto tenía un ropero con hongos incluidos, paredes que destellaban manchas de humedad y una cama de jergón con un colchón bastante apolillado.
Por aquel entonces yo jugaba a ser poeta surrealista, así que no recibía sueldo fijo. Pasaba mis días entre la Sala Artigas de la Biblioteca Nacional y escribiendo poemas en las servilletas del Sorocabana. Ella estudiaba Derecho por las mañanas y a la tarde trabajaba en una panadería.

Claro que a los pocos días de vivir juntas, Silvia me convenció de que ser poeta era para niños con papá rico o para borrachos mendigos. Y por no pertenecer a ninguna de las dos clases sociales tuve que buscar empleo como cualquier hija de vecino. Fue así que conseguí empleo en un diario comunista vendiendo avisos clasificados, diagramando algunas páginas y escribiendo algún que otro artículo de segunda.

Ninguna de las dos teníamos experiencia previa en relaciones de pareja. Ninguna de las dos había leído algún manual sobre el amor, desarrollo de la convivencia o los mejores métodos para tener un matrimonio feliz. Tampoco sabíamos hasta donde llegaría la historia. Pero éramos felices.

jueves, 25 de marzo de 2010

Historias de la pensión. Cap IV

El cuarto donde me asignan a pasar la noche no tiene puerta sino una cortina de tela con flores violeta. La puerta comunica la recámara con la sala. Debo decir que la cama no era muy cómoda que digamos pero siempre he tenido una tendencia a probar camas ajenas.

Cómo todas las noches desde que tengo tres o cuatro años hago mis oraciones mentales a mi ángel de la guarda. Concentrada en mi ritual de cerrar los ojos y enviar mis mensajes a mi más fiel guardian sentí sobre mis labios el roce de otros labios. Sigilosamente, sin provocar el menor de los ruidos, Silvia había entrado a la recamara. Abrí los ojos inmediatamente y su dedo índice se poso en mi boca.

- Shhhhh...Solamente quería devolverte toda la ternura que me haz dado esta noche. Sos un ser increíble, especial. Ouiero pedirte perdón por todo mi destrato. Y quiero decirte que mañana vamos a estar en una cama grande juntas mirando el techo y sin hablar.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Historia de la pensión (Cap III)

El viaje duró más de la cuenta. Tener presente que por aquella época en Montevideo, los ómnibus tenían una frecuencia más lenta y a esto agrarle la típica "pasada de largo" de la esquina en la que debíamos bajar. Claro que la distancia de más fue proporcional a la risa y charla bajo una lluvia que se había convertido en cómplice del camino.

Jamás olvidaré aquel relámpago sureño donde escuché decirle:

- Tengo una extraña sensación donde quisiera que el camino no terminara nunca. Y caminar, y caminar y caminar juntas. ¡Me siento tan bien en este momento!

En ese instante tuve conciencia de cómo el rechazo no era más que un miedo hacia lo desconocido. Y de cómo una simple coincidencia podía cambiar el rumbo de una vida. Coincidir era la palabra justa para definir aquella noche de sábado no planeada.

Al llegar a la casa sus padres mirando televisión a penas prestaron atención a mi presencia. No así su sobrina de 15 años la cual me miraba como queriendo descifrar cuál era mi papel en aquélla visita sorpresiva. Así que mantuve mis ojos fijos en el televisor mientras Silvia me ofrecía un té de "yuyos" varios para quitarme el frío de la lluvia en los huesos.

lunes, 22 de marzo de 2010

Historia de la Pensión Cap. II

Aguantando una bolsa de supermercado en la cabeza con mi mano izquierda y con la derecha cerrando el cuello de mi gabardina, me lancé a una de las cruzadas más repetidas de mi historia personal: demostrar que las lesbianas también somos personas.

Corrí cuatro cuadras casi sin aliento, el atletismo nunca fue lo mío y al llegar a la esquina de Eduardo Acevedo y 18 de julio vi a Silvia bajar del autobús. A pesar de su estado de ánimo y de la horrible noche no se le había olvidado maquillarse. Quizá el maquillaje era para ocultar su pena o tal vez para demostrar que al mal tiempo hay que ponerle buena cara.

Cuando me vió toda mojada, creo le entro una especie de remordimiento.
- No sé por qué se te ocurrió la idea de encontrarnos con esta lluvia.
- Es que me gusta sufrir –y le tomé el brazo para meterme bajo su paraguas.

Caminamos hasta el café más cercano, al lado de la zapatería Monte Cristo.
El café cerraba a la medianoche por lo cual tendríamos dos horas y veinte minutos para poder charlar. Luego del clásico ritual de esperar mil horas para que al mesero se le antoje venir hasta la mesa, de pedir dos cafés, de encender un cigarrillo (por aquel entonces yo pertenecía al gremio de los fumadores) y de hablar del clima, fui directamente al grano.

sábado, 20 de marzo de 2010

Historia de la pensión. Part l

(Toda coincidencia con la realidad, no es mera casualidad)


Ella tenia 22 años, yo 23.
Ella era coquetamente heterosexual y yo una manflora declarada. A ella los fines de semana la sorprendían con un chico distinto en las discotecas de moda. Con bolsas modernas, maquillaje a tono y sonrisas de tragos fuertes pero femeninos. A mi, con cerveza en la rambla, conversaciones sobre como conquistar una mujer y no morir de miedo.

Ella era del Partido Socialdemocratacristiano, yo un poco más radical: del Movimiento de Liberación Tupamaro. Las dos habíamos sido educada en dictadura militar, y cuando nos conocimos apenas comenzábamos a alzar las banderas en la 18 de julio mientras Silvio cantaba: “Nicaragua...nicaragüita...”.
Ella era bonita y vestía sensual, yo con jeans rotos cuando aún Calvin Klein, no rajaba sus pantalones para venderlos a 100 verdes.
Ella quería ser mujer moderna, tomaba anfetas. Yo intentaba plantar una semilla que me diera frutos relajantes.
Las dos queríamos ternura. Esa cosa que no se compra fácilmente en la farmacia.

Era clara su posición de que: “a ella no quiero ni verla porque me da asco...que asco ser tortillera!” “No sé como pueden salir con ella...” mi postura implicaba “nunca digas de esta agua no haz de beber...puede apretarte la sed”. Mientras: “Hola! Cómo estas? ¿Querés un mate? Y no, Silvia nunca quería un mate. Apenas por cortesía con disimulado asco se levantaba de la mesa del comedor y se retiraba a su cuarto, desde donde la escuchaba hablar con su amante-macho de turno entre risas y suspiros.

En la pensión viviamos 22 mujeres “normales” más, una encloseteadamente torta y una desvíada declarada. Entre todas, a pesar de todas nuestras reyertas, tratábamos de apoyarnos cuando estábamos con los típicos dramas existenciales de la edad. Era común vernos llorar confesando nuestros pecados.

viernes, 19 de marzo de 2010

Uruguay y Perú, ¡la misma cosa!

(Teléfono sonando, Theo durmiendo en mi almohada, yo en el quinto sueño estiro el brazo derecho y entre sueños respondo)

Yo- Hello...
N.- Nenaaaaa ¿que hacés a esta hora de un sábado durmiendo? ¡Te me levantás ya mismo que hay un día espectacular!- poniendo énfasis en "espectacular".
Yo- Esteeeee...es sábado...¿que mierda querés que haga a las ocho y cuarto de la mañana?
N.- ¡Que te levantes y difrutes el día!
Yo- Pareces toda una vieja que se levantó a las seis de la mañana, barrió la vereda y regó las plantas y luego le rompe los huevos a los hijos que se acostaron a las cuatro de la mañana pasados de grapa. O sea nena...¡pareces mi madre!
N.- Y eso no es nada, ya quemé las hojas en el patio y tengo el desayuno casi listo. Oíme, levantate y veníte al Valle que viene el primo Daniel y los chicos a desayunar.
Yo- ¿Y a qué hora van los chicos?
N.- No importa, vos veníte que el desayuno es todo el día.
Yo- Oki doki. Ya voy para allá...

Depués de tres horas llego a destino y desde un teléfono público llamo al N para avisar que llegué a la estación de metro...pienso en sacar mi termo y mate y ponerme a tomar unos mates pero se que eso atraerá la mirada de todo el mundo. Aquí confunde la bombilla del mate con la pipa para fumar opio. Decido mirar un puestito de artesanías varias...

martes, 16 de marzo de 2010

inspiración biblica








"Todo lo que reluce bajo el sol es vanidad" Cap. 3 del Escleciatés.
La Biblia.


Vanidad los ojos que te miran desnudarte, los míos. Ojos sin gracia de esmeralda o espejo del cielo. Marrones, comunes, ojos mestizos de la América sureña.
Vanidad las manos que te dibujan, las mías. Sombra de dedos largos sobre tus pechos blancos; yemas cual crayones en papel de seda. Manos de obrera reina sobre los volcanes de tus senos.
Vanidad que brilla por los poros de mi piel rozando tus piernas. Piel curtida de sol y aire caliente, suave y morena.
Vanidad mis dedos cuando penetro hasta el rincón más oculto de tu integridad. Vanidad tenerte por sobre toda debilidad, error o miedo. Vaciar tu aliento sobre mi hombro mordido, sepultar tus ganas en mi deseo.
Vanidad amarte más de lo que pudieron amarte otros.
Vanidad entrelazarte entre mis piernas mientras tu pubis baila sobre lo que otros, otras no pueden ver=tener de mí.
Vanidad tu cuerpo en mi cama, la cortina salpicada de sangre y Dios.

miércoles, 10 de marzo de 2010

de una estúpida manera de querer

Por años quise conocerte. Mirarte a los ojos e invitarte a tomar un café. Por años seguí tu pasión de ser quien eras, una mujer que llamaba las cosas por su nombre y le daba voz a muchos como yo.

La primer fotografía de tu rostro la encontré en un periódico viejo. Estabas lejos, en otro país y en otra vida muy diferente a la mía. Busqué entre mis cosas alguna manera de llegar hasta tí, lo intenté y el silencio fue la respuesta.

Un día sin saber ni cómo un enlace nos cruzó.
Supongo que la curiosidad fue la artífice de tu acercamiento. ¿El mío? ese estúpido espíritu adolescente que lleva a enamorarnos de nuestros maestros. El enamoramiento que comienza con admiración y se pierde en ausencia.

No existió café ni vino ni cena. No hubo caminata ni baile ni fiesta. Aún así existió un apretón de manos húmedo y nervioso con una sonrisa de alegría y curiosidad en tu rostro. Con la duda del estar soñando o viviendo la realidad en mis ojos.

Nunca creí en los milagros. Siempre creí en la tenacidad de dejar hasta la vida por alcanzar un deseo. Y los pedazos de vida se me esparcieron en mensajes a los cuales la costumbre te llevó a leerlos y la mayoría de las veces, responderlos.

En una maraña de letras los sentimientos se convirtieron en olas. Iban y venían. Y en su vaivén, la cercanía y el rechazo se mecían como un niño que no quiere dormir pero al final le vence el sueño.

Nos dijimos cosas y otras las callamos.
Nos abrazamos algun día y la mayoría de las veces reímos.
Nos encontramos en muchos puntos de coincidencia y nos dimos miedo una a la otra.
Nos leimos, nos miramos, nos saludamos, nos dijimos amigas sin en realidad serlo.
Sentiste mi mano en tu cintura y sentí tus ojos esquivar los míos.
Sentiste la poesía de mi letra y sentí tu halago.
Sentiste que algo extraño no compaginaba en tu sueño y por días no pude dormir.
Sentiste que yo estaba errada y sentí tu incomodidad.

Entonces llegó el día en que te fuiste sin irte y decidí irme sin dejarte.
Me encerré en el oscuro agujero del rechazo y te coloqué en el mismo lugar donde estabas en otro país y con otra vida ignorante de la mía.

lunes, 8 de marzo de 2010

designio

Nadie sabrá jamás que existes. Ni una sola de mis letras delatará tu imagen y sin embargo, cada palabra estará impregnada de tí.
En cada oración tu rostro y en cada párrafo tu nombre.
Serás la razón de mi deseo, mis ganas diarias de escribir.
Dibujaré tu mirada en cada línea y en un sólo párrafo pintaré tu desnudez.
Derrivaré todos tus muros y sin tocarte mis manos elevarán hasta tu boca mi nombre. Sin quererlo serás mía. Más allá de tu razón te entregarás.
No podrás resistir a mi terca pluma.
No podrás esconderte de mí.
He de penetrar hasta el más secreto de tus sueños. Arrasaré con todas tus dudas, develaré lo que aún no conoces de tí.
Serás quien aún temes ser.
Serás en mi letra, en mi fantasía, en mí.
Y nunca jamás nadie sabrá que eres tú. Mi bien. Tu ser.

jueves, 4 de marzo de 2010

fuera del cielo

Me duele la ciudad y las casas bonitas. El olor a pino húmedo y el silencio del césped a la mañana cuando los niños duermen y los ancianos recogen el L.A. Time en South Pasadena.

Y me digo por qué a veces no puedo creer y a veces, me digo creo.
O miento. Me miento, te miento.

Y sé que buscarás y tendrás y llegarás y serás.
Y yo quedaré fuera.
Fuera de la casa bonita con olor a pino mojado por las regaderas automáticas y el silencio matutino de los niños blancos y los ancianos americanos de South Pasadena.

lunes, 1 de marzo de 2010

De por qué soy quien soy (Part. III)

La mente es como una cajita donde guardamos poder. El cual viene envasado en unos paquetitos llamados pensamientos. A mis nueve años tenía plena conciencia de ellos. Cada uno difería en la intensidad de su nacimiento y en la longevidad de su existencia. Algunos eran pasajeros, otros estaban instalados desde siempre y parecían no morir nunca. Y en aquel desorden ordenado de energía, el último pensamiento enviado a mi tía Isabel, terminó siendo una profecía.

La vida creció y yo con ella. Pasaron más de quince años desde mi destierro como sobrina y en todos ellos, pocas noticias tuve de quién emitiera la sentencia lapidaria.
Pero el tiempo es como una gran bola que da vueltas y siempre llega el punto de coincidencia entre lo que abortamos a destiempo y lo que inevitablemente debe suceder.
Y lo que debe suceder sucede, aunque sea muy a pesar nuestro.

Era una época de idas y venidas al pueblo que me viera nacer.Una época de no quedarse en ningún lado pero menos en aquel pueblo que cada año estaba más lejos de mí. Sin embargo, siempre llegaba al mismo. Uno no puede liberarse con mucha facilidad de la historia y menos de las responsabilidades familiares, como por ejemplo visitar de vez en cuando al padre que a uno le crió. Debo decir que jamás fui una buena hija pero tampoco fui lo suficientemente mala.

Así fue que en aquel domingo me encontraba visitando el pueblo.
La casa de mis padres biológicos se ubicaba casi en el centro de la ciudad y no solía pasar ni siquiera por la puerta de calle. El perdón no había llegado a mi corazón, menos el deseo de ver a algún miembro de la familia que supuestamente me había abandonado. Pero por casualidades de la vida, (o del tiempo que es casi lo mismo) ese domingo a la tarde me encontraba en casa de una de mis esporádicas amantes, una actriz del grupo de teatro local. Y la casualidad residía, en que la casa de mi ex amante temporal, se ubicaba frente a la casa de mis padres biológicos.

Eran pasados veinte minutos de las cuatro de la tarde, Bob Marley cantaba “Oh woman Don´t Cry” y la actriz cebaba mate cuando alguien golpeó la puerta con desesperación.
La dueña de casa tenía una tía enfermera que “casualmente” a falta de auto para guardar, vivía en el garage que la actriz rentaba. Algunas veces los vecinos venían a buscarla para que hiciera las veces de doctor o pusiera alguna que otra penicilina. Así que no era extraño la desesperación del llamado.

Lo que sí fue extraño (al menos para mí) que al abrir la puerta de calle, quien estaba desesperadamente gritando por la enfermera era mi madre. Madre que me había parido y a la cual tenía nueve años de no ver.

Los gritos y el llanto de mi madre supongo que movieron algunos resortes de mí que no conocía hasta el momento. Poco me importó el pasado o el dolor que en forma de rencor aún moraba en mí. Lo único importante en ese momento era su desesperación.

Intenté calmarla, mientras ella entre llantos decía:

- ¡Isabel se muere! ¡Se me está muriendo Isabel!
Estoy sola en casa necesito que alguien me ayude. Por favor, ¿dónde está Marina la enfermera?


Dejé a mi madre parada en la acera y sin pensar crucé la calle corriendo.
La puerta estaba abierta en la primer recamara que daba a la calle, sobre el lado izquierdo del corredor de entrada. Era una de esas casas típicas de la colonia española, con balcones y rejas con malvón. El piso tenía baldosas negras y blancas como si fuera un cuadro de ajedrez. Un olor nauseabundo salía del cuarto frío y casi vacío. Un olor que descomponía el estómago de cualquier mortal. Un olor a pura diarrea y vómito.

En medio del cuarto, una cama de metal y jergón sostenía metido entre medio de viejas mantas de mala calidad un bulto flaco. El bulto, era el debilitado cuerpo de mi tía Isabel.
Me acerqué a la cama. Los ojos de mi tía desesperadamente hablaron y aunque no podía pronunciar palabra alguna escuché un desesperado grito de auxilio.

Segundos después mi madre apareció gritando cual telenovela mexicana:

“¡Isabel se nos va! ¡Se nos va Isabel!” Mientras, la actriz de teatro, solidariamente trataba de consolarla. Con una furia que inesperadamente brotó desde mis entrañas, con la necesidad de cumplir el papel de sobrina amorosa, giré sobre mis talones y eché casi a patadas a las dos actrices.
Mi tía merecía el último de los respetos, morir tranquila.

En cinco minutos ordené y dispuse todo como si mi mente estuviese preparada para cumplir el rol que hasta ahora la vida jamás me habían permitido cumplir, el de hija mayor que sustituye a los padres en caso de ausencia o ineptitud:

- Angélica, - grité- llama a la ambulancia y díles la gravedad del asunto. Después pedile al vecino, que vaya a buscar a mi hermano. Seguramente está en la casa de su novia. Que rastree a mi padre por todos los bares del pueblo y si la borrachera se lo permite que venga a la casa.

Cerré la puerta del cuarto y me arrodillé junto a mi tía. Tomé sus manos, acaricié su pelo blanco y le hablé las últimas palabras que pudo escuchar.
No pudo nombrarme con voz pero escuché mi nombre en su mirada.
Yo seguía siendo Victoria, la heredera del nombre ancestral. La sobrina mayor.
La niñita que admiró su gusto por el gato blanco y su vida en la gran ciudad regresó a ocupar el lugar de la niñita que había hecho el juramento maldito.

Acompañé su cuerpo hasta el hospital, y di la noticia a mi madre antes del parte médico. Luego, caminé sola por la madrugada y en la barra de un bar se me confudieron algunas lágrimas con el sabor del wisky.
No soy bicho que visite velorios ni tampoco cementerios.

(Fin de la historia)

jueves, 25 de febrero de 2010

De por qué soy quien soy (parte II)

Para mis ojos de niña fantasiosa mi tía Isabel además de tener pecas en la nariz, se me antojaba más flaca que la muerte misma. Y es que en mi casa adoptiva, el proceso de educación en salud iba relacionado al tema de la gordura. Si eras flaco estabas enfermo. Así que la muerte debería tener el aspecto de mi tía Isabel: alta, elegante y más delgada que las anoréxicas modelitos que años más tardes atraparían mis ojos desde los catálogos de ropa interior americana.

En realidad a mis cuatro años mi contacto con la muerte se reducía al cuento de que mi abuelita Victoria (de la cual heredé el nombre) había dejado este mundo sin el privilegio de conocerme. Pero por alguna extraña razón el día que conocí a mi tía en aquella primera incursión por la gran ciudad capital relacioné sus dedos flacos, sus hombros puntiagudos y sus rodillas salientes con la mujer de la guadaña. La muerte ya se me hacía cosa mala.

Cuando salimos del edificio de Joaquín Requena y otra vez subimos a los dinosaurios metálicos con cuernos eléctricos supe que mi tía y yo teníamos algunos puntos de unión más allá del rechazo que me había producido su estúpida insistencia en que debía hacerle honor al nombre que había heredado y a la sangre materna que corría por mis venas cual reina de las europas.

Tres puntos de admiración quedaron en mi primer contacto con Isabel: el gusto por los gatos, la vida de mujer sin matrimonio y el ser habitante de la gran ciudad. Los dos últimos puntos a raíz de mi adelantada concepción le habían sido vedados a mi mamá biológica. Ya sabemos que en nuestro pueblo el orgullo por la virgen que parió sin haber pasado antes por el registro civil se reduce a un párrafo de una novela religiosa o a un dogma de fe. Lejos está de ser un acto socialmente aplaudido o digno de una condecoración familiar.

Sin embargo nací en el tiempo justo y en el vientre indicado. Y aunque mi mamá, (obligada a casarse con el heredero del bandido moro es decir, mi padre biológico) no pudo hacer el papel de mamá fuí creciendo con el mismo nombre de mi abuela y de mi bisabuela en medio de otra familia que sin tener mi sangre ni mis genes cuidó de mí a partir de mis primeros seis meses de vida.

A mis siete años, por culpa de que mi madre adoptiva murió, fui envuelta en una disputa legal entre mi padre de crianza y mis padres biológicos. La pesadilla duró tres años y terminó en adopción. Esto significó un cambio en mi partida de nacimiento, por lo cual además de quitarme edad (existe una diferencia de diez años entre mi adopción y mi nacimiento) también modificó mi nombre y mi apellido.

Durante ocho años no volví a saber nada sobre la existencia de Isabel hasta que un día, mientras jugaba en casa de mi familia adoptiva, alguien llamó a la puerta. Por suerte o por desgracia, fui la encargada de acudir al llamado. Mi carita de alegría y el abrazo que empezaba a extender hacia la figura de mi tía quedó prematuramente congelado:

-¡No me toques! ¡No te acerques!
Vengo a decirte que ya no eres mi sobrina. Moriste el día en que te cambiaste el nombre.

Era bien cierto mi fantasía no fallaba. Mi tía tenía la delgadez de la muerte. Y la muerte era cosa mala.

La niña no tenía suficiente disparos en su pequeño corazón, había que asegurarse que realmente estaba muerta. Y para eso nadie mejor que el mensaje de la mujer flaca.
No bastaba la muerte reciente de su madre adoptiva, ni el proceso acelerado de adopción. No bastaba el juicio para pelear los actos convenientes en su educación, su tutoría, las visitas a la corte, la perdida de patria potestad, el cambio de nombre, de apellido; no bastaba convertirla en un objeto por el cual pelear el orgullo familiar.

La niña debía ser fuerte. Aguantar las lágrimas porque las niñas raras como ella al igual que los varones no podían darse el lujo de llorar en público. Y no sería la soberbia de la sangre o el orgullo herido de un apellido desplazado ni el disparo certero de una palabra que empañaran sus ojitos tristes. La niña no podía llorar pero sí podía creer en la fuerza de sus pensamientos. A esos nadie podía verlos. Los pensamientos no eran visibles como las lágrimas y podían ser mucho más poderosos que las palabras:


- Isabel, morirás con mi nombre en la boca.


(ésta historia aún no terminó...)

martes, 23 de febrero de 2010

De por qué soy quien soy.

A mi familia biológica siempre le tiró la sangre real. Por eso heredé el nombre de mi bisabuela y de mi abuela Victoria. Mi madre se jactaba que mi tía solterona llamada Isabel, había tenido una grandiosa historia de amor con un príncipe de Bélgica llamado Federico, mientras que mi padre, hacía alardes de la herencia mora aventurera. La cuestión es que soy producto de leyendas e invenciones.




Aquel viaje a Montevideo era el primero de mi historia. Si la memoria no me falla, andaba yo por los cuatro años y recuerdo haberme impresionado con unos dinosaurios con cuernos largos colgados a unos cables que se me antojaban eran telarañas urbanas. A ellos mi mamá dijo, se le llamaban “troles buses”.

Sentí una infinita atracción por aquellas viejas carcachas y el gris del asfalto surcado por herrumbre de varias vías. El primer encuentro con la gran ciudad fue premonitorio. Quedaba instalado el esbozo de lo que sería la pintura de mi vida, el escozor que me produce vivir en un pueblo chico y la atracción desmedida hacia las grandes urbes.

Conocí a mi tía en un apartamentito pequeño de la Joaquín Requena, entre las residencias de Bulevar Artigas en Pocitos. Mi tía vivía con un gato muy bien cuidado y parecía ser la clásica versión de la reina sin rey ni trono. Aunque mamá insistiera que la tía tenía sangre real en sus venas y había recibido fotos del castillo de su novio Federico en Bélgica, a mí se me cruzaba la vaga idea de que en realidad era una pobre mujer sola que apenas vivía de una pensión del gobierno y muchas fantasías en su cabeza. Lo más cercano a un novio que yo veía era el felino muy bien peinado. Pero a mamá, nada se le discutía y menos se le ganaba discusión alguna. Para eso llevaba aunténtica sangre gallega.

Isabel desayunaba en la cama con el angora blanco a sus pies mientras contaba historias de abolengo familiar.

- Victoria querida, el nombre de tu bisabuela debe llevarse en alto. Ella era una mujer fuerte, blanca, hermosa que heredó el buen gusto de nuestros ancestros europeos. Y tu debes llevar su nombre a la altura de una reina. Porque nuestra familia proviene de la realeza española.

Mientras mi tía seguía el discurso de responsabilidad real que me asignaron por haberme enchufado el nombre de la vieja, yo miraba mis manitos color aceituna y me preguntaba como haría para volverme blanca como mi bisabuela. Cómo sería ser fuerte cada vez que el viejo de la bolsa se me apareciera en la ventana de la sala porque entercada, (lo heredé de mi mamá) resistía a dormir la siesta; cómo prolongaría el buen gusto familiar si yo, odiaba las faldas que supuestamente eran de tan buen gusto y a mí me incomodaban tanto. Y lo peor como le haría para adquirir las buenas costumbres femeninas cuando cada día me gustaba más molestar a las niñas y jugar con los varones.

En aquel momento, quise llamarme Pochola, Anastasia, Ermenegilda pero jamás Victoria. No estaba dispuesta a tomar té a la cinco, usar falditas de colores, ni dejar de jugar al sol para no oscurecer aún más mi piel. Ni a seguir padeciendo el delirium tremen que el té provocaba en la cabeza trastornada de mi tía solterona.

Olvidaba mi tía que en el proceso anterior a mi nombramiento, el óvulo de mi madre fue fecundado por un espermatozoide muy simpático llamado Pepe. Del cual heredé su color de piel y su pelo negro. En la herencia de Pepe en lugar de sangre azul corría sangre de mezcla árabe. Una sangre de bandido moro que lejos estaba de llevar nombre con alcurnia real.

Pepe era hijo de Juan José, un jugador empedernido que apostó a su hija menor en una mesa de poker y perdió la partida. Además de tres mujeres que le dieron doce hijos y un tesoro escondido que nadie ha podido encontrar y que fue enterrado por mi tatarabuelo. El mismo, que a su vez era hijo de un bandido andaluz. El cual según la leyenda contada por mi tía abuela paterna María se apellidaba Bentancor de la Parra y se rajó de Europa escapando a la muerte que unos mafiosos árabes le juraron. En el camino mi tatarabuelo, se enamoró perdidamente de una mexicana de origen real, dejando así en su descendencia del Plata un gusto exacerbado por las descendientes de la familia blanca real en tierras chichimecas.

(historia sin terminar...)

lunes, 22 de febrero de 2010

Querida Cristina:

Ciudades.

“Me dijiste que no querías morir en Los Ángeles.
Tenías treinta años y la cabellera roja.
Yo entendí que no querías vivir en Los Ángeles.
No quiero morir en ninguna parte,
Te contesté.
De Los Ángeles al Infierno sólo hay una
Autopista demasiado rápida
Y tú la recorrías todos los días.”

(Cristina Peri Rossi)





Creo haber leído que entre los poetas y los brujos no hay diferencias.
Los poetas vaticinan el futuro como los chamanes curan heridas sin medicinas.
Cortazar y vos eran buenos amigos. Sseguro anduvieron junto en más de un aquelarre.
Y yo que sólo soy una aprendiz guardo tus palabras en la memoria.

Alguna vez, también me han dicho que soy magia. Pero salvando las distancias entre ustedes, la literatura y yo, al igual que ustedes, también me hundo en el abismo de las palabras. Que no peco de soberbia ni mucho menos. Tomo casi como Hemingway pero no escribo como el.




Tenías razón Cristina, entre L.A. y el infierno solo existe una autopista.


domingo, 21 de febrero de 2010

de la casualidad también se nace


Mis padres montaron una gran obra de teatro sin saber escribir: me concibieron. En el accidente o en lo inesperado fuí creada como una idea, como una gran obra de arte. Fueron deslumbrado por este guión que no pudieron corregir, porque ellos mismo, no habían sido preparados para el gran oficio de ser autores.
Y así, cargados con tanta belleza, con tanta palabra hecha niña en sus manos tuvieron que optar por el silencio y la distancia. No hubo de por medio explicaciones ni psicoanálisis. Ni siquiera libros de ayuda para entender cómo serían las consecuencias.

Luego me tomaron otros creyendo que mejorarían el desarrollo y el final de la historia. Pero a veces surgen imprevistos como la muerte. Esa mala mujer que entra sin pedir permiso y se lo roba todo. Y entre la muerte y la enfermedad de la tristeza, yo, - la gran obra- quedé por segunda vez abandonada.

Pasaron los años, todo tenía olor a dejarme. Los amigos, la carrera, el trabajo, la mujer y hasta el gato que se pierde en su independencia.
Pero hay un talento por vivir que se trae en la sangre. Y un deseo inmenso de ser una versión mejorada de aquella idea concebida y criada en la ignorancia.

lunes, 15 de febrero de 2010

Aquellos veranos de antes.



Era verano. A medianoche no se podía hacer otra cosa que caminar por la arena. Ahí, justo donde la espuma del mar lame la tierra. De lejos se escuchaban las melodías de un blues y el olor a marihuana se metía por los poros de nuestra piel bronceada. Todos estabamos borrachos. Borrachos de sal, de luna y de vino. Borrachos de estrellas. Esas que s´lo se encuentran en los cielos del sur.

Todos eramos amigos. Aunque nos hubiesemos visto por primera vez dos horas antes de ser amigos. La amistad era eso. Hacer auto stop en una ruta rumbo al oceáno, contarnos cosas y despedirnos. No sin antes aprender una nueva canción, encender una chalita o estimularnos con alcohol.

Las despedidas podían ser apresuradas o lentas pero siempre tenían una dirección donde escribirse cartas. O un regalito del momento, por ejemplo como aquel sueter verde que Paolo (estudiante de agronomía de Curitiba con delirios de viajar a Australia) me dejó en el andén de la estación de trenes 25 de agosto. O el beso en los labios de Marilia, (estudiante de cinematografía en Bélgica, nacida en Porto Alegre) que dijo esperarme en Florianópolis con un té de hongos y una canción de Janis. Siempre, en esos casos era verano y había playa. Tanto podía ser sobre el Oceáno Atlántico como en la del Río de la Plata. Pero siempre todo era inmensamente azul, blanco y amarillo.

Era un territorio nuestro, un territorio libre. Lleno de sueños y lejanas tierras que algún día, cuando tuviesemos dinero viajaríamos. A veces alguien tocaba la guitarra y siempre contabamos cuentos. Todo se pasaba de boca en boca, desde el porrito pasando por el mate hasta el cuello de alguna botella. Y entre medio los labios de alguna mujer, que ebria entre susurro decía "...no me gustan las mujeres pero con vos quiero probar..." .

Aquellos veranos eran eternos. Eran veranos de tres meses, de tienda de campaña agujereada y arroz con arvejas. Sin dinero para los bailes pero con fogones de música que las discos de moda no pasaban. Los blues de aquellos que jamás llegaríamos a ver cantar en vivo. Porque al lejano sur era dificil que un gringo famoso lo visitara o que un negro de L.A. supiera tanto del mapa. Y California era una utopía.

Aquella vez en qué caí en la trampa del diablo también era verano.
Dejamos el campamento con los demás dentro; Ro, su novia y yo habíamos ido a esperar los ovnis que bajarían en las barrancas del cementerio del indio. Según Ro los extraterrestres se habían comunicado con ella y nos esperarían allí a la madrugada. A esa altura ya habíamos olvidado el agrio sabor de los hongos.

Caminabamos sin más luz que una linterna a la cual en el justo momento en que empezamos a ver destellos en el cielo, se le terminaron las pilas. Ro, lejos de creer en la descarga de las baterías, juró que aquello era la señal de una nave madre que se acercaba hacia nosotras. En realidad una clásica tormenta de verano se acercaba a la orilla y yo me moría de frío. Por lo cual decidí sentarme en la arena, taparme con una manta y encender el último porrito que nos quedaba.

- Espero que tus amigos extraterrestres traigan calefación. Por si las dudas no la traen, yo me quedo aquí esperando bajo la frazadita. Ustedes sigan viaje.

En ese preciso momento un rayo en el cual ví el rostro del demonio iluminó el mar y la tierra:

- ¿Puedo quedarme con vos? esta historia de las naves me está aburriendo...

La novia de Ro se metió a mi costado y aduciendo que por debajo de la frazada aumentaba su temperatura corporal se quitó primero la falda y luego la camiseta. Y yo que nunca fuí muy católica y jamás creí en los mensajes del cielo, olvidé uno de los diez mandamientos: "no desearás a la mujer de tu prójimo".

Mientras Ro se metía al mar para comunicarse con sus amigos de otro planeta, su novia y yo caímos en una diabólica trampa. Un rayo iluminó mi mano derecha entre su entrepierna abierta y como un mensaje del más allá me enseñó que la vida en la tierra suele ser más divertida que en el espacio sideral.

viernes, 5 de febrero de 2010

infertilidad

Siento un nuevo dolor. El dolor de no ser leída.
En este caso es como sentir la negación de lo que soy. De mi única riqueza. Nada me quedaba. Ni casa, ni pareja, ni dinero, ni empleo, ni diploma, ni herencia, ni seguro social, ni documentos y casi creo, ni memoria.
El único bien no alcanza.
Es como sentirse infértil. Tener ovarios, útero y juventud ser incapáz de dar a luz.
Es como una pasa de uva, arrugadita, chiquita, oscura. Cierto es, que las pasas de uvas para muchas bocas son sabrosas. Pero cuando esperas, sueñas, deseas, que una sola de las bocas delire con tu creación y no puede siquiera tomarla con sus manos y sentir el perfume de la fruta ahí, te secas.
No sabía que era eso. Hoy lo sé.
Seguramente es tan solo una experiencia del camino.
Un aprendizaje más.
Pero hoy la inspiración ha capitulado.
Me he transformado en el poeta de las letras no leídas.
En el monarca sin trono y sin corona.
En la resequedad de una tierra inhóspita.

Mi pintura de vos.

Como si mis dedos fuesen pinceles y dibujara tu cuerpo sobre un lienzo. Como si de pronto nacieras desde mis manos y te proyectaras a través del tiempo, te pintaría como un mural renacentista. Como una Madonna coronada por joyas de plata y piedras preciosas.

Guardaría en ti el tesoro celestial que esconden los monasterios, la indomable beatitud de mujer sagrada; la lírica de algún himno angelical y la seducción inocente de tu sonrisa.

Serías por siempre niña-virgen, mujer-madre. La celestial imagen atemporal celadora de todos los cielos. Me guardarías del horror, de la miseria. Te convertirías en la promesa eterna de mi resurrección.
Serías de mí para ti.

De mis manos destellando color hasta la imagen felina de la hija que nunca diste a luz pero criaste. De mis manos hasta los racimos de uvas colgando a tu costado. De mis manos hasta el ropaje de tus ojos celeste y tu pelo iluminado. De mis manos hasta el borde delineado de tu rostro.

Y en mi plegarias te nombraría Madonna.


jueves, 4 de febrero de 2010

no ser

En algunos momentos desearía ser otra. Con otra cabeza y otro corazón. Un poco más ágil para escapar a la luz de las emociones, tener los reflejos precisos para envolverme sobre mí misma y ahuyentar los demonios que me autodevoran.

Saber huír antes de tiempo y esquivar los embates de eso que no se ve pero se siente. Dejar de pasar la noche en vela soñando lo que jamás sucederá. Olvidar el abecedario para no escribir más palabras que alejen lo que más se desea atraer. Terminar con esa curiosidad de sentir lo indebido.

Cerrar los ojos del alma, dejar de ver lo que en realidad no existe. Cerrar los oídos, desviarse de lo que el corazón siente. Seguir de largo, mudarse de ciudad, dejarlo todo, irse. Como los blancos claveles sobre el mar, como el reloj sumergido en una caja de zapatos, como el pasado enterrado en una veladora iluminando la oscuridad de la playa en invierno.

En algunos momentos quisiera ser otra con otros sentimientos u otro cuerpo.

martes, 2 de febrero de 2010

Tú ni te imaginas.

He perdido el encanto de adivinar lo que hay en vos. Ya no puedo saberte, te has replegado en tu caparazón de molusco. Te vas como adentrando en la mar de la distancia. Me alejas. Te alejas.
Ningun hilito de mí sostienes con tus manos blancas, con tus dedos largos. Tus dedos de pluma que escriben sobre la piel inventada de otros que no nunca serán tuyos. Me recargo en el recuerdo de algún viejo mensaje, en la letra que ya olvidaste por haberla escrito sin pensar. En el sentimiento que alguna vez sentiste frente a tu vieja costumbre de leer mis largas respuestas. En las historias que un día te conté de mí, en los sueños que no llegué a contarte.
Te vas. Me alejas. Y no me queda más remedio que escribirle a nadie lo que en realidad te escribo a tí.

domingo, 31 de enero de 2010

Historias desde el ómnibus. (una de tantas)


Ciertos colores, son peligrosos de usar.

Lugar: bajando del ómnibus 79 en El Sereno, CA.
Hora: 7.30 pm
Clima: caían pingüinos de punta y agua.
Personajes: muchacha chicana entre 21 y 23 años.
yo, una charrúa perdida en el este de L.A.

Salté el río de agua que corría contra el cordón de la vereda para no mojar más mis zapatillas All Star que ya estaban empadas. Delante de mí, una joven que se pasó los 30 minutos del viaje desde Unión Station hasta la Huntington Dr. conversando con una chinita sobre las bondades de Jack in the Box por sobre Mac Donald, se da vuelta y en inglés me dice:

- ¿Dónde compró su bufanda?

La miro un poco desubicada debido a qué por razones climática y a no llevar ninguna de las dos paraguas no veo la urgencia de entablar una conversación tan "necesaria" en medio de la calle.

- Humm...no recuerdo. Fue hace cuatro años atrás.
- ¡Seguro la compró en West Hollywood! Yo adoro los colores rainbow. My boyfriend los odia. Dice que si los usara lo confundirían con un "joto" y que si yo los usara dirían que soy una "dyke".
- Pues, no la compré en West Hollywood, de eso estoy segura. Creo que fue en Citadel sobre el Free Way 5, en Commerce.

Corro bajo el único techo visible para esperar mi tercer ómnibus rumbo a casa. La chica me sigue. Por la conversación que sostuviera con la chinita anteriormente mencionada, desduzco que no ha de tomar ningún otro ómnibus. Jack in the box se lucía frente a nosotras y ella entraría en 15 minutos a su puesto de cajera donde le pagarían 7 dólares con 50 centavos la hora.

- Yo no soy lesbiana, pero adoro todo lo rainbow. Mire... -y abre la boca y saca la lengua estilo Mick Jagger para mostrarme un piercing de color violeta- ¿Ve?, mire...¿ve el color? es violeta.

La verdad que no vi mucho porque me espantaba recibir alguna señal viral de un aliento que no era el mío.

- Ah sí. Bonito - yo que detesto más que los tatuajes los piercing en cualquier parte del rostro. Y miro para el otro lado a ver si se vislumbra mi salvación o sea mi
omnibus número tres. El de la compañía DASH.

- Es el color de las lesbianas. Me encanta, pero yo no soy lesbiana ¿eh? ¡Ni lo piense! me gustan demaciados los hombres.

- Y...-le digo mirándola por arriva de los lentes- ¡no todas las mujeres somos perfectas!