viernes, 30 de abril de 2010

Soñar no cuesta nada.

 Teniendo en cuenta que en Los Ángeles depender del transporte público es un atentado contra sí mismo siendo una de las tantas con inclinaciones suicida cuento solo con una herramienta para  no autoeliminarme de raíz: la imaginación.

Durante las dos horas de ida y las dos  de vuelta que me consumen de las 24 horas diarias  parte de mi salud mental (y física) en ese recorrido que se llama "ir al trabajo"  ayer decidí filtrar los pensamientos y quedarme con éste:

"¿Qué haría si ganara un billete de lotería con 20 millones de premio?"

Primero me dije: "negociaría con mi mejor amiga para que cobrara el premio".  Ciertos habitantes del terriotorio "americano" tenemos el derecho de comprar un billete de loteria más no a cobrarlo. La negociación sería: ¨"vos  cobrás y te quedas con 5 millones después de pagar los impuestos el resto es mío". Habría que ver si mi amiga es tan amiga que no me reclama 10 en lugar de 5.

En algunas situaciones la "amistad" se esfuma y el "imperio" es tierra fértil para que un amigo se convierta en enemigo tras el atractivo billete verde.

jueves, 22 de abril de 2010

Tu muerte.

Conocí la muerte cuando tenía siete años, la escuché caer de golpe casi al mediodía en la cocina de mi casa mientras sentada en la mesa del comedor terminaba mi tarea de gramática. Empezó con un grito, agudo, fuerte, seco. Continuo con el cuerpo de mi madre tirado sobre el piso de baldosas color vainilla. Su rostro de frente, tieso, paralizado y frío. Sus lentes redonditos de lado sobre su costado izquierdo.

La muerte no me espantó lo que me espantó fue la ausencia de ella.

El preguntar dónde carajos se había ido  después de trece  días en que la ambulacia  llevara su cuerpo lejos de la cocina de casa y el no tener respuesta. La falta de ravioles caseros en mi plato de los domingos, el silencio de Mercedes Sosa en la radio, la desaparición de mi cuento por las noches, la carencia de una palabra cariñosa o un mimo sobre mi pelo.

El llanto de mi padre vestido de negro y los domingos de idas al cementario lo ocupaban todo.
De lo demás, de las cosas de mi madre, nada quedaba.

Odiaba el olor a muerto, el olor a pinos, el amarillo de los crisantemos y el agua podrida en los botellones de vidrio verde. Odiaba a los niños con madres, a la ropa limpia recien lavada tendida al sol, al ruido de las ollas ajenas, a la sonrisa maternal de las maestras, a las sonrisas suprimidas en la sala de mi casa.

Todo terminado,  acabado,  destruído, la muerte se convirtió en ladrona de  mi niñez.
 Hasta que aprendí a matar.

Y crecí siendo la asesina de mis propios muertos. Aprendí a estrangular un sentimiento, a estrujarlo hasta exalar el último de sus suspiros. A quedar impávida, fría y sin miedo al dolor emocional.  La muerte no me daba miedo, me atraía tener el poder de matar pero me aterraba la ausencia que proseguía a la muerte.

La muerte sigue sin darme miedo pero me aterra tu ausencia en mi pensamiento.

Esa calma fría comparada a la nada.
El helado silencio de un mensaje no respondido.
El recuerdo de una imagen feliz, asesinada.
La llamada que nunca se responderá.

¡Hay tantas maneras de matar!
¡Hay tantas maneras de morir!



martes, 20 de abril de 2010

Entre árboles.

Te he visto caminar mientras las hojas secas crujían bajo tus pies, mirar al cielo, respirar hondo, llenarte los pulmones de aire verde, de aire pino, de aire malva. Observar dos chicas sentadas en un mismo árbol escondiendo quizá una historia de amor secreta.

He visto tus ojos claros sonriendo mientras la tristeza de una agonía que pareciera no tener fin, se sentía acompañada por un ratito, menos sola y menos triste. Te he robado una sonrisa invitandote a tomar un té en la casa de mis sueños. Te he contando  la historia de mi tío que vivía en el campo y que me llamaba puta a mis seis años por usar pantalones rojos. Me has preguntado si realmente el rojo enfurece a los toros, has llamado estúpido a mi tío y he sentido tu homenaje a mi niñez.

Me he perdido en tu deleite al escuchar los sonidos de la tarde cayendo sobre el monte, he recordado el croar de las ranas en aquellas tardecitas donde jugaba a mis 12 años a ser explorador y he sentido un salto del corazón al verte sentada con las piernas cruzadas mirando el agua de la cañada deslizarse por las rocas bajo un techo de árboles y enredaderas. 

Quise guardarte en ese instante para siempre. Tomar tu imagen como una fotografía mental en mis retinas, llevarte para el resto de mis días. Quise creer que vendrán nuevos caminitos por caminar así de cerca, contandonos cosas, sonriendo, intentando descrubir-nos entre árboles.

Estar ahí, donde alguna vez desee estar, entre la naturaleza y tus ojos.  Que me dejes cerca de vos tanto  como quieras dejarme.
Como un par de niñas, como dos adolescentes o como lo que somos, dos mujeres que se dan amor como pueden darlo.

viernes, 16 de abril de 2010

reflexión de una simple bloguera

He perdido el anonimato. Ahora tengo rostro, nombre, facebook, twitter,  y hasta un número telefónico publicado en la red. 

Hasta el momento en que decidí presentar mis credenciales sólo era un "nick-name" desnudando íntimidades en un blog. Entonces ser anónima daba cierta libertad. Podía sentarme frente al teclado y diseminar por el ciber espacio cualquier historia mía o de los otros con decenas de faltas de ortografía. Contar detalladamente una simple idea o frustrado deseo. Inventar el juego de la vida que deseaba vivir o armar el rompecabeza de lo ya vivido.

De ese modo los desconocidos conocían de mí más que la persona que dormía en un cuarto contiguo al mío. Fuí respetada, acompañada, criticada, y querida. La soledad del emigrante que daría lo que no tiene por trasmutar aunque más no fuera en un sueño, se vió compartida. Dejó de ser un peso, una agonía. Mi gran historia de amor-desamor se convirtió en una novela, y escribir fue mi terapia.

A miles de millas de distancia, la red acortó el silencio de lo mío. Mi tierra, mi gente, mi cultura. Mis ríos, mis campos, mis playas. Acercó lo viejo a lo nuevo. Así llegaron ciber-amigos, ciber-colegas, ciber-compañeros de una misma ruta. Blogueros del alma.

Mucha agua ha pasado bajo el puente. Muchas idas y venidas. Mucha historia. Mucha gente.

Lo cierto es que soy una persona solitaria -a pesar de ese mar de fotografías que han dejado una imagen de fiestera pata de perro callejera la mar de divertida- cuyo mejor amigo es un gato, con un carácter peculiar, que ha sido amada hasta más no poder y que ha preferido la soledad antes que el matrimonio, hijos adoptados, perro, casa, documento, west side, viajes a Europa, anillo de compromiso, cuenta bancaria, auto del año, camioneta familiar y canciones de Luis Miguel.

En verdad este no es un post  aniversario ni  despedida. En verdad  me he sentado aquí para compartir esta sensación de haber perdido un poco más de la escasa libertad que me quedaba.
Ya no puedo escribir poemas de amor a quien amo y no me ama.
Ya no puedo contar las más descabellada de mis historia .
Ni decir por ejemplo, que ayer me desperté cuatro veces en medio de la madrugada con la angustia anudando mi garganta. Con el deseo de irme sin saber bien a donde. Quizá al anonimato de la red. Ahí donde mostrarte quien soy sin que me veas el rostro.

viernes, 9 de abril de 2010

Querida Elena:



Me ha dado gusto saber de vos quizá por eso te escribo. Bueno no sé, tal vez te escribo para hacerte una pregunta no más.

El internet tiene esa magia de poder convertir los deseos en realidad en milésimas de segundo. Y cuando pensé en vos el otro día mientras Al Gore daba su discurso sobre el calentamiento global, me dije, esta noche la "googleo".

No pienses en una asociación de ideas erróneas. El incremento de la temperatura atmosférica nada tiene que ver con el recuerdo de tu calentamiento hormonal conmigo hace ocho años atrás. Espero me entiendas. Eso de la educación, la destrucción del planeta y las políticas de gobierno siempre fueron tu fuerte. Y bueno de ahí mi interés por saber de vos.

miércoles, 7 de abril de 2010

sádico poder

 La dulzura que desprendes de tus ojos como saeta cruza la ciudad, viaja sin que puedas darle dirección y aterriza en mis sueños. Cada noche, cada mañana ahí estás en mi cerebro.
Te haces letra, canción, poema, palabra, música. Vienes sin querer llegar y te instalas sin desear quedarte.
La dulzura se convierte en pesadilla cuando una y otra vez intentas huir de mí sin dejarme.
Ya no eres una imagen, una pintura, un cuadro, una madonna.
Eres un verdugo, una condena, un asesino. Brota tu sádico placer en cada sueño que me robas.
Y en silencio de lejos disfrutas cuando lees cómo desangras mi deseo de lo utópico.

lunes, 5 de abril de 2010

La espera.

Anoche he soñado contigo. Que llegabas a casa, blanca, inmaculada con tus manos frías a tocar mi puerta. Me recuerdo ahora de otras esperas. De otras noches donde el ruido de un motor que aminoraba la marcha se convertía en un disparo de ansiedad y taquicardias.

De niño, nuestro reloj interno funciona cien veces más lento que de grande. Será por eso que uno nunca termina de curar los dolores de la infancia.
Los segundos se convierten en días y los días en años. Como un gato que de cumplir un año ya ha vivido siete. Para ellos el tiempo no es el nuestro. Y hoy mientras miraba tras las ventanas de casa, ese auto blanco que estacionaba al borde de mi acera, el corazón volvió a latir eufórico. Quizá había desistido de la diaria rutina de tus días para llegarte hasta aquí a tocar mi puerta.
 
Cerré los ojos y en un segundo recordé aquellas noches en que el autobús proveniente de la capital, exactamente a la una, en medio del silencio sepulcral de la madrugada se estacionaba en la esquina de la avenida Yaguarón y Rivera frente a la panadería Cores. Entonces, cerraba los ojos y mi corazón de cuatro años acelerado pensaba:

- ¡Ahí, llega!

Metida bajo una manta gris apretaba la mandíbula y los ojos, estrujaba mis manitos, rompía mis dedos contando en marcha regresiva el tiempo entre el motor que aminoraba la marcha y el golpe en seco de una mano de bronce colgada en la puerta de calle. Los minutos eran una eternidad que cruzaban las baldosas rotas de la bodega de Don Ruiz, la casa de la flaca Gladis, el muro de Doña Cándida, el perro de Don Benito que nunca llegó a ladrar....Luego el silencio cortado por el motor acelerado que partía rumbo a la central de autobús del pueblo. Y mis ojos que se abrían y mis manos que se abrían y otra vez, la espera sin premio ni regalo.
 
Yo miraba el cruxifijo de plástico fluorescente que en la noche se me hacía inmensamente grande y luminoso colgado de la cabecera de mi cama de jergón, miraba a ese sabelotodo que cuidaba mis espaldas mientras yo dormía, y le decía:

- ¿Cuando va a llegar?

Si respondió alguna vez nunca lo supe porque no entendí su lenguaje jamás. Sólo el silbido lejano del tren proveniente de Mercedes rumbo a la capital a la una y media de la madrugada cuando los trabajadores del frigorífico iban a trabajar. 
Entonces me dormía sin sueño de puro coraje y desilusión. Me dormía pensando que mañana tal vez fuese diferent porque desde chica a uno le enseñan a esperar.
Pero la diferencia entre ayer y hoy es abismal.

Mamá debía llegar y no llegaba, en cambio tú, siempre llegas de sorpresa aunque sea en mis sueños.