domingo, 31 de enero de 2010

Historias desde el ómnibus. (una de tantas)


Ciertos colores, son peligrosos de usar.

Lugar: bajando del ómnibus 79 en El Sereno, CA.
Hora: 7.30 pm
Clima: caían pingüinos de punta y agua.
Personajes: muchacha chicana entre 21 y 23 años.
yo, una charrúa perdida en el este de L.A.

Salté el río de agua que corría contra el cordón de la vereda para no mojar más mis zapatillas All Star que ya estaban empadas. Delante de mí, una joven que se pasó los 30 minutos del viaje desde Unión Station hasta la Huntington Dr. conversando con una chinita sobre las bondades de Jack in the Box por sobre Mac Donald, se da vuelta y en inglés me dice:

- ¿Dónde compró su bufanda?

La miro un poco desubicada debido a qué por razones climática y a no llevar ninguna de las dos paraguas no veo la urgencia de entablar una conversación tan "necesaria" en medio de la calle.

- Humm...no recuerdo. Fue hace cuatro años atrás.
- ¡Seguro la compró en West Hollywood! Yo adoro los colores rainbow. My boyfriend los odia. Dice que si los usara lo confundirían con un "joto" y que si yo los usara dirían que soy una "dyke".
- Pues, no la compré en West Hollywood, de eso estoy segura. Creo que fue en Citadel sobre el Free Way 5, en Commerce.

Corro bajo el único techo visible para esperar mi tercer ómnibus rumbo a casa. La chica me sigue. Por la conversación que sostuviera con la chinita anteriormente mencionada, desduzco que no ha de tomar ningún otro ómnibus. Jack in the box se lucía frente a nosotras y ella entraría en 15 minutos a su puesto de cajera donde le pagarían 7 dólares con 50 centavos la hora.

- Yo no soy lesbiana, pero adoro todo lo rainbow. Mire... -y abre la boca y saca la lengua estilo Mick Jagger para mostrarme un piercing de color violeta- ¿Ve?, mire...¿ve el color? es violeta.

La verdad que no vi mucho porque me espantaba recibir alguna señal viral de un aliento que no era el mío.

- Ah sí. Bonito - yo que detesto más que los tatuajes los piercing en cualquier parte del rostro. Y miro para el otro lado a ver si se vislumbra mi salvación o sea mi
omnibus número tres. El de la compañía DASH.

- Es el color de las lesbianas. Me encanta, pero yo no soy lesbiana ¿eh? ¡Ni lo piense! me gustan demaciados los hombres.

- Y...-le digo mirándola por arriva de los lentes- ¡no todas las mujeres somos perfectas!

jueves, 28 de enero de 2010

Destino marcado o el poder de un abrazo.

- Quizá la historia nos recuerde esta noche -

El aroma, tu aroma metido hasta en mis huesos prevalecerá mañana y pasado y tras pasado. Todo el futuro como el polvo de Dios se ha inscrutado en mí muy a pesar de la aparente cordura, mesura, pequeña ración de negaciones.

Sé que lo sabes.
Sé que le temes.
Sé que sabemos, ambas, dos, nosotras que las palabras caerán por sí solas. Que siempre habrán excusas, inconclusas, cobardes,mentirosas en el medio. Y por sobre ellas, por arriba, el costado, por dentro un halo de energía sin definir unirá tu ombligo y mi ombligo como si una hubiese nacido para la otra.

No necesitaremos nombrarnos.
Tu nombre y el mío ya son uno solo.
Lo que la vida ha unido nada podrá separarlo.

sábado, 23 de enero de 2010

confesión II

Tengo la capacidad de atraer y alejar tan solo con escribir un par de oraciones. Cuando escribo, lo que sea, poco pienso. No soy una profesional de las letras. Tampoco una periodista consumada. Ni siquiera soy periodista. No me defino más de lo que soy. Una diabólica maravilla natural que le gustan dos cosas: leer y escribir. Las dos cosas que me han permitido más que sobrevivir, resistir.

Jamás me ha interesado agradar o desagradar. Tampoco tener seguidores. Poco me ha importado caer bien o mal, generar empatía o discordia. Solo he sido. Y escribir es el único camino donde asegurar mi esencia. Con faltas de ortografía y sin ellas, con errores gramaticales y con aciertos de ideas, las letras son mis más fieles compañeras.

Del otro lado por casualidad o por esfuerzo alguien lee. Se siente acompañado, atacado, aceptado, incluído, menospreciado, herido, amado. Después viene la ignorancia, el olvido o la aceptación y la glorificación. Cualquier sentimiento es pasajero. Si ha de quedar alguna huella el diablo o dios se apiaden de mí. La intención no ha sido más que un mero egoísmo de sentirme menos sola y apalear la vida.

miércoles, 20 de enero de 2010

Cataratas del Iguazú, Paraguay (o el sexo bendito de mi América Latina)



Luego de diez años en dictadura militar, no estaba en mis planes cruzar el río para seguir asediada por estatuas a un general. Pero aquella opción de viajar a tierras guaraníes no se podía descartar así como así.
Paraguay tendría otras cosas aparte de milicos y evangelistas.





Por aquel entonces andaba intentando cambiar mi destino. Ser lesbiana en un pueblo chico no era tarea fácil, menos en aquellos tiempos de silencio obligado. Así que entre bofetadas familiares, habladurías de pueblo, sanciones de colegio católico y abandono de amigas "derechas" dejé el río y me instalé frente al estuario.
Montevideo se me antojaba Europa; pero en asuntos de orientación e identidad sexual, resultó ser más una aldea social que una ciudad de vanguardia.

Ante aquella desilusión capitalina y en medio de una adolescencia acallada por las autoridades y la mojigatería pueblerina, incursioné en la búsqueda de la verdad que me haría libre: Cristo Jesús ¡La Respuesta!

Y no es que la religión cristiana fuese mi objetivo de vida. Supongo que si Charles Manson hubiese llegado hasta mí con una descripción de felicidad tan perfecta, hubiese sido también su fiel y comprometida seguidora.

Allí me encontraba yo por los setenta y pico, intentando ser aceptada como ser "normal" cuando me ofrecen un viaje misionero. Nadie sabía de mi lucha por dejar de ser homoerectuslesbian, es decir una torta activa con todas las letras. Ni de mis oraciones nocturna para que el espíritu santo me quitara el demonio hormonal que me provocaba la hija del pastor. En esa escenografía personal e ítnima llegó la noticia que me condenaría por siempre a las llamas del infierno:

"Victoria y Maribel, han sido elegidas para viajar juntas en la misión de jóvenes cristiano de nuestra Iglesia rumbo Asunción del Paraguay" -dijo el patriarca de la Iglesia.

Confieso, el viaje me pareció una tentación demoníaca. La manzanita que tentaría mi diente.
Pararon los días, he instalada en medio de gringos rubios con dinero y cruces en la solapa, escuché la voz apagada de un pueblo que llevaba tristeza en los ojos. Por alguna razón, los ojos de los indígenas se me hacían tristes. Más tristes que en las postales de UNICEF. Las cuales siempre me habían parecido tristes.

Aquella tierra colorada no tenía nada de atractivo a mis ojos. Salvo la gente, la pobreza magistral, los piojos, el guaraní como lengua oficial, los indios en la reserva luciendo Levi, salvo eso y las residencias de los millonarios dictadores, nada me decía aquella geografía de humedad y mosquitos.

A casi un mes de vivir en Asunción, lejos estaba yo de saber que Paraguay, había sido en un tiempo nuestra primer potencia americana. Galeano ya había publicado "Las venas abiertas de América Latina" y se encontraba exiliado. Mi generación no tenía acceso a saber la verdadera historia. Esa que en ni en la escuela ni en nuestra casa nos podían contar. Las maestras desaparecían, los escritores desaparecían, los periódicos desaparecían. La historia se aplastaba con botas y metralletas. Y a Dios se le había escapado el detalle de nombrar a Paraguay en la Biblia.




Pero la intuición me decía que Paraguay tenía algo más para mí.
Todo sucedió en un viaje a Cataratas de Iguazú. El plan era esparcimiento del grupo. Distracción. Convivio.
Y los nuevos aires cargados de húmedad tropical y verde paradisíaco me permitieron descrubrir dos cosas:

1. El cuerpo de Maribel semidesnudo. Una cama grande. Una noche de fiebre hormonal adolescente, un calor desconocido en Montevideo. Y la condena eterna al infierno. Un cuerpo
indebidamente acomodado sobre otro cuerpo. El descubrimiento de lo prohibido. La hija del pastor y yo.

2. Las Cataratas del Iguazú. El único espacio son bustos al General Stroessner, sin milicos, sin metralletas. La garganta del Diablo convirtiendo un hilito de agua en un grito desesperado de libertad, la bandera natural de un arco iris dibujado sobre la caída de millones y millones y millones de gotitas que juntas abrazaban la vida. Una imágen convertida en otra, un paisaje prohibido; una geografía semejante al sexo caliente de una hembra en celo, la húmeda vagina de mi América Latina.

Allí, decidí quedarme para siempre.


lunes, 18 de enero de 2010

De mis viajes.


A mis catorce años comenzé a viajar a "dedo" o "auto stop" como le llaman en algunas partes del mundo. El salir a la ruta pasó a ser parte de mi ideología. Me gustaba la aventura y la adrenalina que producía el estar a expensas de... "el no saber quien maneja". A veces salía con un destino marcado otras veces, hacia donde me dirigiera el azar. Me gustaba conocer la vida de los conductores y dejarme envolver con sus relatos.

Aprendí a manejar las conversaciones y a obtener respeto sobre mi persona. Sobre todo, si eran hombres. Pero en verdad, parecía que mi energía era suficiente para que todos se comportaran como si estuvieran con una amigo de toda la vida o un familiar cercano. Así sucedía que hablaban durante todo el viaje sobre sus vidas y a mí me gustaba escuchar.

Conocí muchas historias de camioneros con los que tomé mate y comí milanesa en dos panes. Me hablaban de sus experiencias, de sus familias, de su trabajo, de sus viajes. Aprendí con ellos cómo saben diferenciar entre la prostituta que hace señas a un camión para que le dé un aventón de trabajo en la ruta y la maestra rural que no tiene ómnibus para llegar a su trabajo.

Conocí una artista famosa de las Bellas Artes en Buenos Aires que me propuso viajar a Italia con ella y su marido. No me quedó claro si quería una cama de a tres o venderme en trata de blanca. Como sea, charlamos por dos horas en el viaje Montevideo - Punta del Este. Y aunque utilizó más de un artilugio no hubo manera de que me convenciera de viajar a Europa.

Conocí una actriz de cine argentina, que paró su Mercedes Benz último modelo en Playa Mansa (Punta del Este) abrió la puerta y me dijo:
" Tenés cara de ángel, nunca llevo a nadie pero a vos te llevo a donde sea. "
Y llegamos hasta Cabo Polonio en el punto más este de mi costa preferida.

En la ruta nueve, subí a un descapotado amarillo, con dos brasileros que jalaron coca toda el viaje y yo creí, ese era el último día de mi existencia. El auto, más que auto parecía aeroplano, sin embargo llegué hasta Valizas ilesa.

Viajé también en una carreta tirada por dos caballos. Iba sentada sobre una parva de trigo y dos galones de gasolina. También en un camión de basura, en la cajuela, formando parte del cargamento de bolsas negras y desperdicios recoletados durante el día. Era mi primer opción de llegar antes de la madrugada a La Pedrera luego de estar cuatro horas tirada a la vera del camino.

Conocí un hippie viejo, que me invitó a seguir viaje hasta Florianópolis y me contó de sus experiencias con LSD. También viajé con un vendedor de ropa de cuero, con un agrónomo, con una maestra de historia, con un señor estanciero, con un psicólogo argentino, con una vendedora de casas. Supe la historia de un cura de pueblo que decidió ser cura porque su gran amor se casó con otro.

Viajé en un camioncito de bomberos desde Parque del Plata hasta Cuchilla Alta, en una chevrolet vieja en la Ruta 1 rumbo a Colonia, en un camión de cerveza Pilsen hasta la heroica Paysandú, durante la semana de la cerveza aupiciada por Norteña. Viajé, en una furgoneta de muerto, con un muerto y mi amigo el Rubén que se moría de miedo porque yo amenazaba con abrí el cajón y que el muerto se levantaría de la caja. Viajé en la parte de atrás de un camión de ganado y fué el peor viaje de mi vida. Pero ante la posibilidad de pasar la noche en la ruta cualquier aroma es bueno de aguantar. Sobre todo si es en invierno.

Y mil viajes más.

Cada viaje, cada historia de la ruta me daban ganas de seguir viajando.

Pero un día decidí viajar más lejos y entonces hubo que comprar un billete de avión.
Pero esa es otra historia.

sábado, 16 de enero de 2010

Cicatrices en el cuerpo.


Voy a contarles de mis cicatrices, las del cuerpo. Las del alma son un poco más dolorosas de contar. Y no creo estar en condiciones por el momento de hacer esta clase de recuento.
En realidad, no me gusta llevar cicatrices. Las condecoraciones de guerra jamás me han atraído. Pero como todo mortal, muy a mi persar, cargo con algunas.


Trataré de ser lo más sincera posible:

1. En mi brazo izquierdo tengo los resto de mi herida más antigua: una vacuna. Una especie de marca que asegura la inmunidad. El signo de que pertenezco al grupo de los salvados. Recuerdo mi llanto, la puerta de la sala en el Centro de Salud, la jeringa, la sonrisa de mamá, el gorro de la enfermera, y un cuadro. Un cuadro con una enfermera de gorro blanco con una cruz roja en el frente y su dedo índice sobre su boca marcando silencio.

2. En la mano izquierda, en mi dedo índice, por debajo de la falange llevo la insignia de mi temprana desobediencia. Tenía cinco años, era invierno. Mamá se encontraba convaleciente luego de un segundo ataque al corazón. Dormía medicada en su dormitorio. A mi se me ocurrió comer naranja. La casa estaba llena de vecinos, y mi hermana adoptiva fumaba en la sala. En la cocina sobre una mesa pequeña tomé el cuchillo de plata, el más filoso, el que mamá nunca me dejaba usar. Recordé la posición en que ella me había enseñado a cortar una naranja: "no pongas jamás el dedo así..porque puedes cortarlo. Mira, así tiene que usar tu mano y luego cortas por este lado la fruta..." Pensé que podía hacerlo a mi manera que podía tener mi propio estilo y no seguir el camino de mamá.

La naranja rodó por el piso y mi dedo quedó cubierto de rojo. Corrí gritando por mamá, la sangre salía a borbotones. Mi hermana adoptiva corría tras de mí, las vecinas intentaban evitar que entrara a la recamara de mis padres. Pero más hábil que todas ellas, logré mi cometido: refugiarme en los brazos de mamá. Envolvieron mi dedo en varias toallas y aún así podía ver como el blanco se volvía rojo. Después el hospital, una enfermera volteando mi cara para que no viera como una aguja y un hilo marcaban la cicatriz que aún hoy en los días de humedad si la toco me duele.

3. En medio de mi rodilla derecha llevo el recuerdo de mi primer bicicleta llamada "Graciella". Era mi tercera vez sobre ella, sola. Sin rueditas a los costados y sin papá que empujara el asiento. Tenía siete años cuando rodé por la acera y me romí la rodilla derecha. Mamá ya no estaba conmigo. La herida costó cerrar, no dejaba de tocarla, rascarla, quitarle el cascarón. Hasta que un día jugando con un casillero de madera donde guardan las botellas de refresco, la punta de un metal se clavó en la misma herida de mi rodilla. El dolor fue intenso, tan intenso que aún lo recuerdo. Permanecí llorando tirada en el patio por horas. Estaba sola en casa.

Cuando mi padre llegó sólo dijo: "esto te pasa por andar de machona" y se dió la vuelta. No sé cómo se curó esa herida, pero hasta el día de hoy es la que más duele y la cicatriz más grande que tengo.

4. En mi antebrazo derecho, llevo una marca de cigarro. La misma fue provocada en un antro gay de la calle Fernández Crespo casi el Palacio Lesgislativo, en Montevideo. El lugar totalmente atestado de mujeres bailando cumbia, yo tratando de llegar hasta la barra del bar. Y una gorda con el cigarrillo encendido en su mano derecha dejó la marca de la estupidez en mi piel. Creo que mis maldiciones de entonces todavía dan vueltas como fantasmas.

La gorda intentó solucionar el asunto invitando con una cerveza. Solo ligó una doble puteada.

Doy gracias de tener hasta ahora pocas cicatrices en mi cuerpo y de que las mismas se produjeran en la infancia. Las del alma también.


domingo, 10 de enero de 2010

formspring.me

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Días raros.

A veces los días son raros. Uno se levanta lleno de energía dispuesto a cambiar su vida, monta su bicicleta, se va a un parque, sube y baja montañitas de arena, corre patos, juega con el agua de un lago, se llena de sol, cierra los ojos tirado sobre el pasto, estira las piernas sobre barrotes de acero mirando de reojo esos asiáticos que tienen la vida más sana que uno. Cuenta cisnes, gansos, pájaros. Se detiene a escuchar el sonido de una piedra lanzada hacia el centro del estanque, se pierde en los círculos concéntricos del azul verdoso, se va dando luz así mismo mientras el cielo con sus blancos rostros imaginarios caen sobre la cara de uno. Entonces la vida se le va pasando en la cabeza como una cinta de 8 milímetros proyectada en la blanca pared de un cine improvisado. Pasa la vida de uno como un relámpago enceguesedor o una visión inacabada de la realidad. Todo parece ficción. Uno está tan lejos y recuerda otros ríos; otros ríos como mar, cañadas, arroyos. Digo yo, le llamo yo "las huellas del agua". Porque vengo de un país de ríos, un país donde el mar no tiene olas. Un país celeste casi azul.

A veces los días son raros y cambian. La pacífica mañana se convierte en una tarde dolorosa circunscrita a un par de frases que quizá esconden el verdadero significado de las cosas. Una punzante y aguda voz del alma gritando aire. Un miedo atroz a lo desconocido. La terquedad de un ego mal herido que busca acorralar y obligar a sentir lo que no se siente. Entonces sobrevuela el silencio como si fuese el único idioma posible. Te callas. Te guardas. Te escondes. No por cobarde sino porque a veces, cuando la batalla de antemano se sabe perdida, es mejor retirar el arsenal del campo de fuego. Guardarse las palabras también es valentía.

Entonces la tarde con olor a cabeza cabizbaja, paso lento, manos en los bolsillos buscando comer lo que el estómago ya no pide, se convierte en noche. El azul celeste ya no tiene blancos rostros imaginarios se ha pintado de negro oscuro, de alcohol comprado en la tienda del coreano que siempre pregunta si llevaras del mismo ron o del mismo wisky. La bolsa negra de plástico te señala, te etiqueta, te designa no te nombra. Te metes en tu cueva, en tu caparazón, te sirves un trago en el vaso más alto de toda la alacena. Abres tu isla electrónica y te lanzas a buscar decir lo que de otro modo no puedes. Los sorbos se transforman en letras, las letras se dibujan como lágrimas y el silencio se termina. Como se termina el día que a veces es raro, tan raro.

sábado, 9 de enero de 2010

miércoles, 6 de enero de 2010

Cajas de zapatos.

En mi casa paterna, las cosas importantes se guardaban en cajas de zapatos. Las fotos viejas, las cartas amarillas y las pocas joyas de mi madre. El dinero que con tanto sacrificio mi padre ahorraba no iba a parar a una cuenta de banco, sino a una caja de zapatillas marca Seral.

Estas cajas eran despositadas a su vez en un cajoncito del ropero matrimonial. Mi mamá guardaba celosamente la llave. Durante los siete primeros años de mi vida, no tuve la más mínima oportunidad de acercarme al celoso secreto de la intimidad familiar. Como perro guardían tanto mi padre como mi madre mantenían el tesoro bien resguardado y la llave bien escondida.

Mamá murió y mi padre continúo guardando cajas de zapatos con nuevos tesoros: los lentes redonditos de mamá, el anillo de matrimonio que le quitaran antes de guardar su cuerpo en el ataúd, la dentadura postiza con sus dientes de oro, su costurero. Pude ver cuando entre llantos guardó cada pertenencia de su amada como si fuese el más sagrado de todos sus recuerdos.

Luego de 25 años mi padre enfermo de gripe, me pidió tomara la llave que celosamente guardaba atada a una cadenita de plata.
"Abre la caja de madera"- dijo entre una convulsión de tos.
Entendí que estabamos frente a una situación de emergencia. Por primera vez en 37 años de vida se me permitía abrir la caja del tesoro familiar.

Me pidió le acercara una de las cajas de zapatos. Con dificultad sacó de ella un sobre y me dió dinero.
"Paga la consulta del médico"- dijo- "y ve a la farmacia a comprar las medicinas. Pon la caja donde estaba y regresa la llave a su lugar".
Cumplí con todas las diligencias antes de la hora de la siesta. Como buen descendiente de español, mi padre tenía una cita rigurosa con el sueño a la una de la tarde.

Mientras el dormía, me acerqué a su cama y sentí la impetuosa necesidad de romper mi fidelidad familiar. Ni en mis épocas de adolescente se me hubiese ocurrido robar la llave y abrir la caja de madera. Pero a dos semanas de emprender mi viaje sin regreso, bien valía la pena desobedecer cualquier orden.

Tomé las cinco cajas de zapatos, las llevé bajo la parra, me senté en el banquito de madera verde al cual me subía a cocinar cuando mi padre trabajaba todo el día y mi madre ya era ausencia en la casa.

Lo que descubrí no fué un tesoro sino mi propia historia.
La que jamás me habían contado.








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lunes, 4 de enero de 2010

Chau Sandro...

Desde mi madre hasta mi hermana, mi vecina y sus hijas, desde Marcelo el almacenero hasta mi maestra de primer grado, todos, lo escuchabamos en el único tocadisco del barrio. El de Reina, la más potentada del barrio, la única que también tenía televisión.

Los domingos de matiné, en el viejo cine Artigas entre bolsas de caramelo y coca colas en botella de vidrio, mirabamos sus películas.

Blanquita estaba enamorada de él y coleccionaba las viejas revista Antena, Radiolandia, Nocturno todas con la portada del Gitano de América.

Yo, la más chica de todos que pertenecería a la generación de los Bee Gees, iba creciendo con sus canciones y sus películas sin comprender muy bien lo que significaba en la vida de mi familia, de mis vecinos, de mis maestras.

Odio la muerte.
Se roba los pedazos de vida a los que ya no podré volver jamás.

viernes, 1 de enero de 2010

En honor a quien me diera tanto: mi madre. Y en agradecimiento a la Negra.

acto de agradecimiento

El 2009 se fué al carajo y se llevó mi lista de agradecimiento por lo acontecido en su magno pecho.
Cómo estoy un poco des-inspirada y además en la sintonía de tirarle al universo letras para dar testimonio de lo vivido aquí va:

1. Por dejarme a Theo sano.
2. Por mostrarte lo fuerte que soy.
3. Porque a pesar de ser el peor año en asuntos de cuenta bancaria y bienes materiales: mi gato y yo sobrevivimos.
4. Porque aprendí a desprenderme de todo. Menos de mi Theo.
5. Porque volví a comer tacos, menudo, pozzole, quesadillas, carne asada, pollo y pescado.
6. Porque mi nivel de alcohol aumentó pero el cuerpo resistió.
7. Porque conocí muchos amigos nuevos.
8. Porque volví a enamorarme (aunque no se han enamorado de mi)
9. Porque empezé el año 2009 aprendiendo que aún existen féminas que no les interesa qué ropa llevo puesta, cuánto gano, ni si manejo auto o tomo ómnibus.
10 Porque tengo fé en mi y no me había dado cuenta.
11. Porque comenzé a escribir más que nunca.
12. Porque me tiré al agua sin saber nadar, y ahora soy medio-reportera.
13. Porque tengo un club de fans, y eso no es para cualquiera.
14. Porque tengo un carnét de prensa y todo.
15. Porque bailé casi todo el año.
16. Porque me compré nuevos libros a pesar de que eran usados.
17. Porque rompí la maldición de seguir enganchada emocionalmente con ex.
18. Porque a pesar de estar absolutamente sin dinero y perder mi casa, mi pareja y mi madre luché por la vida del gato y aún sigue siendo mi más fiel compañero.
19. Porque pobre sí, pero rica al fin. Gané libertad.
20. Porque pude hecharle la mano a un montón de gente.
21. Porque fuí a un partido de la NBA y no pagué la entrada.
22. Porque escuché a Gloria Trevi en House of the Blues.
23. Porque me hice un poco más famosa que antes.
24. Porque coseché admiradores y también detractores.
25. Porque dejé un barrio donde me volvían loca con los fireworks.
26. Porque descubrí la Bulofm.com quien me devolvió mi conexión con Montevideo.
27. Porque conocí personalmente y logré entablar amistad con la locutora y periodista que más admiraba desde adolescente en Uruguay.
28 . Porque retomé contacto con gente muy querida que llevaba cuatro años sin saber de ella.
29. Porque Facebook me salvó la vida.
30. Porque quien más admiro (periodista) en US me dijo que escribo con las extraña y encima (y ésto es verdad) le gusta.
31. Porque estoy a un paso de conocer a quien más he querido conocer.
32. Porque no es Julia Roberts (es más inteligente)
33. Porque vivo con tres amigos gays lo que a veces me hace sentir en la Jaulas de la Locas y me divierto como pocas.
34. Porque no tengo que limpiar un apartamento ni una casa (vivo en un trayler)
35. Porque tengo un jardín lleno de rosas.
36. Porque decidí comer frijoles todos los días pero no trabajar en Mac Donald.
37. Porque decidí sacarle provecho al recorte de horas en mi empleo invirtiendo el tiempo en escribir (y hacer networking)
38. Porque confirmé que soy alérgica a la eufória de la gente frente al "Change".
39 Porque no creí jamás en el "change"
40. Porque creo en otras cosas, menos en la política.
41. Porque recuperé la lectura de Anais Nin (ya no podía vivir sin ella)
42. Porque escuché de la mejor música del mundo.
43. Porque ví más películas que en el 2008.
44. Porque adiviné cosas del futuro.
45. Porque dije basta a ciertas cosas.
46. Porque me mordí la lengua mil veces.
47. Porque soy de lo mejor que le podía pasar al mundo.
48. Porque sigo creyendo en mi corazón a pesar de todo.
49. Porque mi compu marcha divinamente bien.
50. Porque terminé el año bailando bajo la luna, en sobriedad y en paz.