miércoles, 31 de marzo de 2010

de geografí@ y metrí@s


 Vos por tu lado habías estudiado profundamente "Los lenguajes del amor".
Tenías cinco años de matrimonio consagrado ante la ley y ante dios. 
Llevabas el vientre listo para acunar el fruto de la unión divina y las caderas exactas para parir la herencia de tu bisabuela, ex condesa de Navarra. Un futuro promisorio como ama de casa, esposa y educadora de los futuros descendientes de la sangre de tu padre.

Educada bajo los designios de la clase intelectual conservadora.
Buena en la cocina, agradable en sociedad, sensual en la cama. Tres formulas exactas para hacer feliz al hombre que ganara tu corazón y al cual jurar amor eterno.
Heterosexual convencida de que los hombres eran de martes y las mujeres de venus. Devota del altar hogareño y defensora de tus tradiciones.
Una mujer en todo el sentido de la palabra, normal.

Yo, por mi lado, habiendo leído el Arte de Amar (más allá de las letras de Erich From en las sabanas de mis amantes) traía una lista abultada de enamoramientos. Lo cual me convertía en una lesbiana con experiencia amatoria. Además de llevar con honor la medalla de muchas conquistas, había obtenido mi maestría en el amor en la universidad de la vida. Buena para escribir poemas románticos, bohemia por naturaleza y educada en la literatura de los surrealistas franceses, tenía un pasado decadente, un presente solitario y un futuro lleno de esperanzas.
 
Lesbiana por naturaleza convencida que los hombres debían vestirse de rosa y las mujeres de azul; religiosa de bares, burdeles de mala muerte y defensora de la soltería más acérrima.
Vos, nacida en el hemisferio norte.
Yo, parida en el hemisferio sur.

Cuando mi tía Catalina profetizaba a mis cinco años, que en el 2000 se acabaría el mundo, yo contaba los dedos para saber cuantos años tendría en ese tiempo tan inalcanzable. Y me parecía que si la matemática no me fallaba, aún sería lo suficientemente joven como para querer vivir en este mundo. El 2000 llegó, y ante el pánico de que las computadoras enloquecerían y perderíamos toda la información de la humanidad, vos grabaste todos los correos electrónicos que crearon el encuentro posible entre tu nombre y el mío cruzando los trópicos y hasta el mismo Ecuador.
 
Si, yo era lo suficientemente joven para que el 2000 me encontrara abrazada a ti gritando feliz siglo luego de cruzar todo un hemisferio.
 
¿Cómo fue posible ésta loca realidad de encontrarnos cuando el destino nos había parido tan lejos de nuestras realidades?
 
La geografía, la religión, la moral, tu historia, mi historia, tu familia, tu marido, mis amigos, todo... indicaba una geometría de líneas paralelas. El destino de dos seres humanos que jamás hubiesen podido amarse.

El @ y el .com  cruzaron el continente.
Los aviones permitieron el abrazo.
La familia toleró más nunca aceptó.
La moral y la religión quedaron en los cajones de un escritorio.
Y hubo que reinventar la geometría, porque las paralelas también podían unirse.

domingo, 28 de marzo de 2010

Historia de la pensión. (Cap. VI)

Pasaron dos meses y llegó octubre. Recuerdo muy bien que era octubre.
Todo sucedió en el Festival de Rock de Montevideo, fuimos juntas a escuchar a Fito y a Faby Cantilo: “Giro” y un estado de coma. La “maruja” de rigor y la “maría” de primera,entre medio el sexo.

El portavoz de un esperma joven que rompería el encanto de nuestra historia de amor se llamaba Gabriel y tenía 17 años.

Silvia se dejó llevar por sus dudas, su necesidad de averiguar si aún seguía siendo hetero o ya se había recibido de lesbiana. Algo así como probarse a sí misma si continuaba siendo normal o había dejado de serlo.

Yo, ignorante de la situación (por lo general uno termina siendo el último en enterarse de las noticias de tal calibre) terminé tomando cerveza en un bar con Gabriel el cual me parecía simpático, abierto y amante del rock and roll.

Además de tener suficiente dinero para regalar la coca más rica que habría probado en toda mi existencia, Gabriel, tenía carisma para fingir. Fue así que durante dos meses, Silvia, Gabriel y yo fuimos amigos de juergas. El respetaba nuestra relación, ella se comportaba como mi pareja y yo ignoraba que hacía dos meses atrás los chicos habían jugado su propio juego sin invitarme a jugar.

sábado, 27 de marzo de 2010

Historia de la pensión (Cap V)

Teníamos el deseo de comernos el mundo juntas por lo cual comenzamos dejando la pensión de Eduardo Acevedo y rentamos una piecita en una de esas pensiones que se parecen a las caballerizas de cualquier hipódromo. Un corredor largo con muchas medias puertas. El cuarto tenía un ropero con hongos incluidos, paredes que destellaban manchas de humedad y una cama de jergón con un colchón bastante apolillado.
Por aquel entonces yo jugaba a ser poeta surrealista, así que no recibía sueldo fijo. Pasaba mis días entre la Sala Artigas de la Biblioteca Nacional y escribiendo poemas en las servilletas del Sorocabana. Ella estudiaba Derecho por las mañanas y a la tarde trabajaba en una panadería.

Claro que a los pocos días de vivir juntas, Silvia me convenció de que ser poeta era para niños con papá rico o para borrachos mendigos. Y por no pertenecer a ninguna de las dos clases sociales tuve que buscar empleo como cualquier hija de vecino. Fue así que conseguí empleo en un diario comunista vendiendo avisos clasificados, diagramando algunas páginas y escribiendo algún que otro artículo de segunda.

Ninguna de las dos teníamos experiencia previa en relaciones de pareja. Ninguna de las dos había leído algún manual sobre el amor, desarrollo de la convivencia o los mejores métodos para tener un matrimonio feliz. Tampoco sabíamos hasta donde llegaría la historia. Pero éramos felices.

jueves, 25 de marzo de 2010

Historias de la pensión. Cap IV

El cuarto donde me asignan a pasar la noche no tiene puerta sino una cortina de tela con flores violeta. La puerta comunica la recámara con la sala. Debo decir que la cama no era muy cómoda que digamos pero siempre he tenido una tendencia a probar camas ajenas.

Cómo todas las noches desde que tengo tres o cuatro años hago mis oraciones mentales a mi ángel de la guarda. Concentrada en mi ritual de cerrar los ojos y enviar mis mensajes a mi más fiel guardian sentí sobre mis labios el roce de otros labios. Sigilosamente, sin provocar el menor de los ruidos, Silvia había entrado a la recamara. Abrí los ojos inmediatamente y su dedo índice se poso en mi boca.

- Shhhhh...Solamente quería devolverte toda la ternura que me haz dado esta noche. Sos un ser increíble, especial. Ouiero pedirte perdón por todo mi destrato. Y quiero decirte que mañana vamos a estar en una cama grande juntas mirando el techo y sin hablar.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Historia de la pensión (Cap III)

El viaje duró más de la cuenta. Tener presente que por aquella época en Montevideo, los ómnibus tenían una frecuencia más lenta y a esto agrarle la típica "pasada de largo" de la esquina en la que debíamos bajar. Claro que la distancia de más fue proporcional a la risa y charla bajo una lluvia que se había convertido en cómplice del camino.

Jamás olvidaré aquel relámpago sureño donde escuché decirle:

- Tengo una extraña sensación donde quisiera que el camino no terminara nunca. Y caminar, y caminar y caminar juntas. ¡Me siento tan bien en este momento!

En ese instante tuve conciencia de cómo el rechazo no era más que un miedo hacia lo desconocido. Y de cómo una simple coincidencia podía cambiar el rumbo de una vida. Coincidir era la palabra justa para definir aquella noche de sábado no planeada.

Al llegar a la casa sus padres mirando televisión a penas prestaron atención a mi presencia. No así su sobrina de 15 años la cual me miraba como queriendo descifrar cuál era mi papel en aquélla visita sorpresiva. Así que mantuve mis ojos fijos en el televisor mientras Silvia me ofrecía un té de "yuyos" varios para quitarme el frío de la lluvia en los huesos.

lunes, 22 de marzo de 2010

Historia de la Pensión Cap. II

Aguantando una bolsa de supermercado en la cabeza con mi mano izquierda y con la derecha cerrando el cuello de mi gabardina, me lancé a una de las cruzadas más repetidas de mi historia personal: demostrar que las lesbianas también somos personas.

Corrí cuatro cuadras casi sin aliento, el atletismo nunca fue lo mío y al llegar a la esquina de Eduardo Acevedo y 18 de julio vi a Silvia bajar del autobús. A pesar de su estado de ánimo y de la horrible noche no se le había olvidado maquillarse. Quizá el maquillaje era para ocultar su pena o tal vez para demostrar que al mal tiempo hay que ponerle buena cara.

Cuando me vió toda mojada, creo le entro una especie de remordimiento.
- No sé por qué se te ocurrió la idea de encontrarnos con esta lluvia.
- Es que me gusta sufrir –y le tomé el brazo para meterme bajo su paraguas.

Caminamos hasta el café más cercano, al lado de la zapatería Monte Cristo.
El café cerraba a la medianoche por lo cual tendríamos dos horas y veinte minutos para poder charlar. Luego del clásico ritual de esperar mil horas para que al mesero se le antoje venir hasta la mesa, de pedir dos cafés, de encender un cigarrillo (por aquel entonces yo pertenecía al gremio de los fumadores) y de hablar del clima, fui directamente al grano.

sábado, 20 de marzo de 2010

Historia de la pensión. Part l

(Toda coincidencia con la realidad, no es mera casualidad)


Ella tenia 22 años, yo 23.
Ella era coquetamente heterosexual y yo una manflora declarada. A ella los fines de semana la sorprendían con un chico distinto en las discotecas de moda. Con bolsas modernas, maquillaje a tono y sonrisas de tragos fuertes pero femeninos. A mi, con cerveza en la rambla, conversaciones sobre como conquistar una mujer y no morir de miedo.

Ella era del Partido Socialdemocratacristiano, yo un poco más radical: del Movimiento de Liberación Tupamaro. Las dos habíamos sido educada en dictadura militar, y cuando nos conocimos apenas comenzábamos a alzar las banderas en la 18 de julio mientras Silvio cantaba: “Nicaragua...nicaragüita...”.
Ella era bonita y vestía sensual, yo con jeans rotos cuando aún Calvin Klein, no rajaba sus pantalones para venderlos a 100 verdes.
Ella quería ser mujer moderna, tomaba anfetas. Yo intentaba plantar una semilla que me diera frutos relajantes.
Las dos queríamos ternura. Esa cosa que no se compra fácilmente en la farmacia.

Era clara su posición de que: “a ella no quiero ni verla porque me da asco...que asco ser tortillera!” “No sé como pueden salir con ella...” mi postura implicaba “nunca digas de esta agua no haz de beber...puede apretarte la sed”. Mientras: “Hola! Cómo estas? ¿Querés un mate? Y no, Silvia nunca quería un mate. Apenas por cortesía con disimulado asco se levantaba de la mesa del comedor y se retiraba a su cuarto, desde donde la escuchaba hablar con su amante-macho de turno entre risas y suspiros.

En la pensión viviamos 22 mujeres “normales” más, una encloseteadamente torta y una desvíada declarada. Entre todas, a pesar de todas nuestras reyertas, tratábamos de apoyarnos cuando estábamos con los típicos dramas existenciales de la edad. Era común vernos llorar confesando nuestros pecados.

viernes, 19 de marzo de 2010

Uruguay y Perú, ¡la misma cosa!

(Teléfono sonando, Theo durmiendo en mi almohada, yo en el quinto sueño estiro el brazo derecho y entre sueños respondo)

Yo- Hello...
N.- Nenaaaaa ¿que hacés a esta hora de un sábado durmiendo? ¡Te me levantás ya mismo que hay un día espectacular!- poniendo énfasis en "espectacular".
Yo- Esteeeee...es sábado...¿que mierda querés que haga a las ocho y cuarto de la mañana?
N.- ¡Que te levantes y difrutes el día!
Yo- Pareces toda una vieja que se levantó a las seis de la mañana, barrió la vereda y regó las plantas y luego le rompe los huevos a los hijos que se acostaron a las cuatro de la mañana pasados de grapa. O sea nena...¡pareces mi madre!
N.- Y eso no es nada, ya quemé las hojas en el patio y tengo el desayuno casi listo. Oíme, levantate y veníte al Valle que viene el primo Daniel y los chicos a desayunar.
Yo- ¿Y a qué hora van los chicos?
N.- No importa, vos veníte que el desayuno es todo el día.
Yo- Oki doki. Ya voy para allá...

Depués de tres horas llego a destino y desde un teléfono público llamo al N para avisar que llegué a la estación de metro...pienso en sacar mi termo y mate y ponerme a tomar unos mates pero se que eso atraerá la mirada de todo el mundo. Aquí confunde la bombilla del mate con la pipa para fumar opio. Decido mirar un puestito de artesanías varias...

martes, 16 de marzo de 2010

inspiración biblica








"Todo lo que reluce bajo el sol es vanidad" Cap. 3 del Escleciatés.
La Biblia.


Vanidad los ojos que te miran desnudarte, los míos. Ojos sin gracia de esmeralda o espejo del cielo. Marrones, comunes, ojos mestizos de la América sureña.
Vanidad las manos que te dibujan, las mías. Sombra de dedos largos sobre tus pechos blancos; yemas cual crayones en papel de seda. Manos de obrera reina sobre los volcanes de tus senos.
Vanidad que brilla por los poros de mi piel rozando tus piernas. Piel curtida de sol y aire caliente, suave y morena.
Vanidad mis dedos cuando penetro hasta el rincón más oculto de tu integridad. Vanidad tenerte por sobre toda debilidad, error o miedo. Vaciar tu aliento sobre mi hombro mordido, sepultar tus ganas en mi deseo.
Vanidad amarte más de lo que pudieron amarte otros.
Vanidad entrelazarte entre mis piernas mientras tu pubis baila sobre lo que otros, otras no pueden ver=tener de mí.
Vanidad tu cuerpo en mi cama, la cortina salpicada de sangre y Dios.

miércoles, 10 de marzo de 2010

de una estúpida manera de querer

Por años quise conocerte. Mirarte a los ojos e invitarte a tomar un café. Por años seguí tu pasión de ser quien eras, una mujer que llamaba las cosas por su nombre y le daba voz a muchos como yo.

La primer fotografía de tu rostro la encontré en un periódico viejo. Estabas lejos, en otro país y en otra vida muy diferente a la mía. Busqué entre mis cosas alguna manera de llegar hasta tí, lo intenté y el silencio fue la respuesta.

Un día sin saber ni cómo un enlace nos cruzó.
Supongo que la curiosidad fue la artífice de tu acercamiento. ¿El mío? ese estúpido espíritu adolescente que lleva a enamorarnos de nuestros maestros. El enamoramiento que comienza con admiración y se pierde en ausencia.

No existió café ni vino ni cena. No hubo caminata ni baile ni fiesta. Aún así existió un apretón de manos húmedo y nervioso con una sonrisa de alegría y curiosidad en tu rostro. Con la duda del estar soñando o viviendo la realidad en mis ojos.

Nunca creí en los milagros. Siempre creí en la tenacidad de dejar hasta la vida por alcanzar un deseo. Y los pedazos de vida se me esparcieron en mensajes a los cuales la costumbre te llevó a leerlos y la mayoría de las veces, responderlos.

En una maraña de letras los sentimientos se convirtieron en olas. Iban y venían. Y en su vaivén, la cercanía y el rechazo se mecían como un niño que no quiere dormir pero al final le vence el sueño.

Nos dijimos cosas y otras las callamos.
Nos abrazamos algun día y la mayoría de las veces reímos.
Nos encontramos en muchos puntos de coincidencia y nos dimos miedo una a la otra.
Nos leimos, nos miramos, nos saludamos, nos dijimos amigas sin en realidad serlo.
Sentiste mi mano en tu cintura y sentí tus ojos esquivar los míos.
Sentiste la poesía de mi letra y sentí tu halago.
Sentiste que algo extraño no compaginaba en tu sueño y por días no pude dormir.
Sentiste que yo estaba errada y sentí tu incomodidad.

Entonces llegó el día en que te fuiste sin irte y decidí irme sin dejarte.
Me encerré en el oscuro agujero del rechazo y te coloqué en el mismo lugar donde estabas en otro país y con otra vida ignorante de la mía.

lunes, 8 de marzo de 2010

designio

Nadie sabrá jamás que existes. Ni una sola de mis letras delatará tu imagen y sin embargo, cada palabra estará impregnada de tí.
En cada oración tu rostro y en cada párrafo tu nombre.
Serás la razón de mi deseo, mis ganas diarias de escribir.
Dibujaré tu mirada en cada línea y en un sólo párrafo pintaré tu desnudez.
Derrivaré todos tus muros y sin tocarte mis manos elevarán hasta tu boca mi nombre. Sin quererlo serás mía. Más allá de tu razón te entregarás.
No podrás resistir a mi terca pluma.
No podrás esconderte de mí.
He de penetrar hasta el más secreto de tus sueños. Arrasaré con todas tus dudas, develaré lo que aún no conoces de tí.
Serás quien aún temes ser.
Serás en mi letra, en mi fantasía, en mí.
Y nunca jamás nadie sabrá que eres tú. Mi bien. Tu ser.

jueves, 4 de marzo de 2010

fuera del cielo

Me duele la ciudad y las casas bonitas. El olor a pino húmedo y el silencio del césped a la mañana cuando los niños duermen y los ancianos recogen el L.A. Time en South Pasadena.

Y me digo por qué a veces no puedo creer y a veces, me digo creo.
O miento. Me miento, te miento.

Y sé que buscarás y tendrás y llegarás y serás.
Y yo quedaré fuera.
Fuera de la casa bonita con olor a pino mojado por las regaderas automáticas y el silencio matutino de los niños blancos y los ancianos americanos de South Pasadena.

lunes, 1 de marzo de 2010

De por qué soy quien soy (Part. III)

La mente es como una cajita donde guardamos poder. El cual viene envasado en unos paquetitos llamados pensamientos. A mis nueve años tenía plena conciencia de ellos. Cada uno difería en la intensidad de su nacimiento y en la longevidad de su existencia. Algunos eran pasajeros, otros estaban instalados desde siempre y parecían no morir nunca. Y en aquel desorden ordenado de energía, el último pensamiento enviado a mi tía Isabel, terminó siendo una profecía.

La vida creció y yo con ella. Pasaron más de quince años desde mi destierro como sobrina y en todos ellos, pocas noticias tuve de quién emitiera la sentencia lapidaria.
Pero el tiempo es como una gran bola que da vueltas y siempre llega el punto de coincidencia entre lo que abortamos a destiempo y lo que inevitablemente debe suceder.
Y lo que debe suceder sucede, aunque sea muy a pesar nuestro.

Era una época de idas y venidas al pueblo que me viera nacer.Una época de no quedarse en ningún lado pero menos en aquel pueblo que cada año estaba más lejos de mí. Sin embargo, siempre llegaba al mismo. Uno no puede liberarse con mucha facilidad de la historia y menos de las responsabilidades familiares, como por ejemplo visitar de vez en cuando al padre que a uno le crió. Debo decir que jamás fui una buena hija pero tampoco fui lo suficientemente mala.

Así fue que en aquel domingo me encontraba visitando el pueblo.
La casa de mis padres biológicos se ubicaba casi en el centro de la ciudad y no solía pasar ni siquiera por la puerta de calle. El perdón no había llegado a mi corazón, menos el deseo de ver a algún miembro de la familia que supuestamente me había abandonado. Pero por casualidades de la vida, (o del tiempo que es casi lo mismo) ese domingo a la tarde me encontraba en casa de una de mis esporádicas amantes, una actriz del grupo de teatro local. Y la casualidad residía, en que la casa de mi ex amante temporal, se ubicaba frente a la casa de mis padres biológicos.

Eran pasados veinte minutos de las cuatro de la tarde, Bob Marley cantaba “Oh woman Don´t Cry” y la actriz cebaba mate cuando alguien golpeó la puerta con desesperación.
La dueña de casa tenía una tía enfermera que “casualmente” a falta de auto para guardar, vivía en el garage que la actriz rentaba. Algunas veces los vecinos venían a buscarla para que hiciera las veces de doctor o pusiera alguna que otra penicilina. Así que no era extraño la desesperación del llamado.

Lo que sí fue extraño (al menos para mí) que al abrir la puerta de calle, quien estaba desesperadamente gritando por la enfermera era mi madre. Madre que me había parido y a la cual tenía nueve años de no ver.

Los gritos y el llanto de mi madre supongo que movieron algunos resortes de mí que no conocía hasta el momento. Poco me importó el pasado o el dolor que en forma de rencor aún moraba en mí. Lo único importante en ese momento era su desesperación.

Intenté calmarla, mientras ella entre llantos decía:

- ¡Isabel se muere! ¡Se me está muriendo Isabel!
Estoy sola en casa necesito que alguien me ayude. Por favor, ¿dónde está Marina la enfermera?


Dejé a mi madre parada en la acera y sin pensar crucé la calle corriendo.
La puerta estaba abierta en la primer recamara que daba a la calle, sobre el lado izquierdo del corredor de entrada. Era una de esas casas típicas de la colonia española, con balcones y rejas con malvón. El piso tenía baldosas negras y blancas como si fuera un cuadro de ajedrez. Un olor nauseabundo salía del cuarto frío y casi vacío. Un olor que descomponía el estómago de cualquier mortal. Un olor a pura diarrea y vómito.

En medio del cuarto, una cama de metal y jergón sostenía metido entre medio de viejas mantas de mala calidad un bulto flaco. El bulto, era el debilitado cuerpo de mi tía Isabel.
Me acerqué a la cama. Los ojos de mi tía desesperadamente hablaron y aunque no podía pronunciar palabra alguna escuché un desesperado grito de auxilio.

Segundos después mi madre apareció gritando cual telenovela mexicana:

“¡Isabel se nos va! ¡Se nos va Isabel!” Mientras, la actriz de teatro, solidariamente trataba de consolarla. Con una furia que inesperadamente brotó desde mis entrañas, con la necesidad de cumplir el papel de sobrina amorosa, giré sobre mis talones y eché casi a patadas a las dos actrices.
Mi tía merecía el último de los respetos, morir tranquila.

En cinco minutos ordené y dispuse todo como si mi mente estuviese preparada para cumplir el rol que hasta ahora la vida jamás me habían permitido cumplir, el de hija mayor que sustituye a los padres en caso de ausencia o ineptitud:

- Angélica, - grité- llama a la ambulancia y díles la gravedad del asunto. Después pedile al vecino, que vaya a buscar a mi hermano. Seguramente está en la casa de su novia. Que rastree a mi padre por todos los bares del pueblo y si la borrachera se lo permite que venga a la casa.

Cerré la puerta del cuarto y me arrodillé junto a mi tía. Tomé sus manos, acaricié su pelo blanco y le hablé las últimas palabras que pudo escuchar.
No pudo nombrarme con voz pero escuché mi nombre en su mirada.
Yo seguía siendo Victoria, la heredera del nombre ancestral. La sobrina mayor.
La niñita que admiró su gusto por el gato blanco y su vida en la gran ciudad regresó a ocupar el lugar de la niñita que había hecho el juramento maldito.

Acompañé su cuerpo hasta el hospital, y di la noticia a mi madre antes del parte médico. Luego, caminé sola por la madrugada y en la barra de un bar se me confudieron algunas lágrimas con el sabor del wisky.
No soy bicho que visite velorios ni tampoco cementerios.

(Fin de la historia)