martes, 23 de octubre de 2012

En el cine.


Sin querer, arañas mi brazo; me clavas la uñas, escondes tu cara contra mi. Como una niña de ocho años me preguntas si la película es real y cambias de parecer, me invitas con tus palomitas cuando en la puerta de cine me has dicho "...compra palomitas  porque no voy a compartir las mías..." Te aseguro que odio comer en el cine y que no me agrada la gente que come en la sala. "...ustedes los gringos y sus tonteras..!" Ríes  y apuras el paso. Y olvido mi molestia por comer palomitas cuando me ofreces cada cinco minutos en medio de la proyección,  con tu brazo estirado, tus palomitas.

¿Cómo negarte algo? 

Eres la cara opuesta de mi historia y el futuro que no me pertenecerá nunca. La madre de mi salvación y el motor hacia lo desconocido. La fantasía, la ilusión, el deseo. La mano fría que apreto con fuerza y no deseo soltar. El saco olvidado en el respaldo de la silla, la copa de Shiraz compartida, la mirada de ilusión y una fotografía que nunca llegará a publicarse. 

Hubiera deseado conocerte antes, antes que todo sucediera. Pero el destino tiene ese encanto de ponernos en el camino cuando pareciera perdido el tiempo de concretar los deseos. Sin embargo, en la mirada mutua, en las yemas de los dedos enlazadas, en la cintura apretada por las manos, en la sonrisa cómplice, en la embriaguez de un silencio, en el entendimiento de un idioma mal pronunciado, en el respeto del mútuo amor, en ese "I love u" al despedirnos, en la promesa de volver al cine el deseo se cumple en realidad. 

viernes, 20 de julio de 2012

Ceguera del que no quiere ver.

Como muchos ciudadanos de este mundo nací en un país y vivo en otro. La mayoría de mis amigos inmigrantes han decidido traspazar las fronteras y vivir en el gran deseado y odiado Estados Unidos de América por muchas razones. La mayoría, económicas y/o políticas. Yo tengo las mías, de las cuales más de una he escrito sobre ellas (recordaran mi ensayo "De por qué vine a los Estados Unidos de América").

Hoy me desperté temprano, la edad me está jugando una mala pasada y no puedo dormir más allá de las 6 de la mañana. Mi primera intención del día fue venir al café, enchufarme los auriculares y escribir sobre las dos únicas películas que vi en Outfest esta semana - "Margarita" y "Mosquita y Mari"-

Como todos los días bajé mis once pisos en el elevador, y saludé al recepcionista de turno. Hoy estaba Jennifer. Una chica blanca, "guera", "americana", "gavacha", "gringa", "yanki" y poseedora de todos esos títulos poco agradables que el mundo le ha adjudicado a los paridos, criados, educados, de color blanco cuyo idioma es uno solo y a quienes en mi ignorancia y falta de crecimiento humano lanzé tantos epítitos poco humanistas que solamente englobaban un desconocimiento y una soberbia típica de quien no ve más allá de su propia nariz y nunca salió de su propio concepto de "patria", "partidismo político", "filosofía de vida" encerrado en una frontera mental que daña más que una frontera geográfica.

No soy hija de inmigrantes nacida en L.A. No he vivido la mayoría de mis años en L.A. No he sufrido de niña el destrato por el color de mi piel. No he sido estigmatizada por vivir del otro lado de los puentes que separan el este del oeste. No he sido acosada por hablar inglés con acento ni spanglish, no sé lo que es llorar porque el sistema de poder  blanco te niegue en el derecho a estudiar. O te la haga de cuadritos cuando quieres entrar a la Universidad. No sé lo que es estar condenada al ostracismo de los pibes en la calle conformando clanes llamados pandillas mientras los adolescentes de ojos azules y apellidos judíos retozan en sus colegios privados. Hay muchas cosas que mis amigos orgullosamente chicanos han vivido que yo no he vivido.

Quizá por eso a veces, no suelo entender cierto resentimiento y condena por parte de una gran mayoría de conocidos a todo ser de dos patas que tenga color blanco en su piel y viva en Westwood, Bel Air, Beverly Hills etc. porque quizá yo no sé lo que es vivir en el infierno de ser chicano niño-joven-adulto viviendo en la predestinación de ser un "jodido" social desplazado por una fuerza que domina las decisiones políticas y gubernamentales del Imperio que cada día se parece más a un tercer mundo recien nacido.

Pero soy una inmigrante de color viviendo en medio de un montón de gente inmigrante y blanca. Tengo amigos "gringos", tengo admiración por algunas personalidades "gavachas", tengo amor por una niña y un niño "americano", tengo respeto por mis vecinos ancianos que solitariamente viven en sus apartamentos contiguos al mío. Tengo respeto por este pueblo, amor por este pueblo sembrado de muchos colores y gobernado por el interés y poder del que  tiene ausencia de color aunque su presidente sea negro.

LLego al café y Joaquin, el oaxaqueño que tiene dos familia -sra e hijos en Oaxaca y concubina y niña en L.A. y venera a la Virgen de Guadalupe- me sirve el café. Joe, mi vecino con gran sobrepeso y adicción a la computadora me saluda y me pregunta si me enteré de lo sucedido en Colorado. No sé de que me habla. Yo vengo bajo el influjo de una película filmada enteramente en una ciudad latina, con una historia de amor entre de dos jóvenes hijas de inmigrantes latinos, de clase social trabajadora, vengo llena de admiración por que gracias a vivir donde vivo he aprendido de la lucha despiadada por hacer cine en Hollywood siendo chicano o inmigrante latino.

Miro el televisor Abc 7 y el presidente de los Estados Unidos de América, hombre, esposo y padre de color, aparece en pantalla dando un discurso a su pueblo.

http://youtu.be/chTp1QozUDs

Algunos miembros de mi familia y algunos buenos amigos,  han jurado no pisar este país por lo tanto jamás volverán a verme si es que yo no pongo un pie en el país donde nací. Algunos ex colegas me han retirado la palabra por conciderarme una traidora a las ideas de justicia que ellos magistralmente tampoco ponen en práctica debido a que son tan racistas y tan xenófobos como los "gringos" "blancos" que odian.

El punto es, amo este pueblo donde vivo porque amo su gente y al pueblo lo conforma la gente que habita, que sufre, que padece, que disfruta, que lucha, que piensa, o que no piensa pero sienten tanto e igual que el resto del mundo. Y este pueblo es tan colorido como ningun pueblo de los que he conocido. Me duele su dolor tanto como me duele el dolor de otros pueblos invadidos por decisión de gobiernos de este pueblo.

He escuchado la estúpida alegría de quienes carente de empatía por el ser humano celebran los ataques de las torres gemelas, los ataques como los de hoy en Colorado. Las penurias de los Estados Unidos de América son motivo de alegría y felicidad para una bola de ignorantes tan soberbios y asesinos como la figura que critican. La pobreza espiritual y mental de quien se monta en un discurso de odio tanto de un lado como del otro.

Este país dos por tres nos sorprende con masacres o guerras. Esta país tiene heridas que no se exportan, soldados por obligación que disparan sobre sus sienes por no soportar la locura de lo que han vivido en Irak, en Afganistan, en Vietnam. Esta país tiene niños que sonríe cada día sin distinguir el color de la piel de sus niñeras, y crecen y se hacen grandes y jamás olvidan a quienes le dió amor. Pero este país tiene una minoria que maneja los hilos del poder y hace enojar a su pueblo, lo lastima, lo frustra, lo envenena con una educación social de años y años donde el ser humano es descartable. Donde el dominio y la invasión son el camino para la paz del mundo, donde las armas se entregan sin permiso de portarlas, donde la furia acumulada por la represión, por la negación, por la invisibilidad, sostiene un aparato que un día explota y mata inocentes.

No, en Estados Unidos de América no sólo viven los blancos con poder. No sólo circulan limusinas por lujosos bulevares, no sólo hay caritas lindas como Brad o Angelina. No todos se creen dueños del mundo, no todos son locos con metralletas que entran a un cine y matan a un montón de personas. En este pedazo de América el enojo de años y años colma la paciencia y explota en mil maneras. Y explota por dentro. Y sale a la calle y mata niños de 3 meses. Ese niño que yo alimento en mis brazos cada día, que le enseño a decir AJO en español, y le leo cuentos es parte de este pueblo, y este niño un día puede ser obligado a ir a otro país y matar inocentes bajo el nombre de la paz del mundo, este niño puede convertirse en un demente que acribille o ponga bombas en un cine. Y el es pueblo de América. Y no quiero llorarlo ni de bebe ni de grande ni aceptaré jamás que una bola de idiotas se alegren de sus desgracias solo por tener ojos celeste, pelo rubio y nacer en familia "blanca" en el mal llamado Imperio del mundo.

God Bless TODA MI América!

Colorado Shooting at The Dark Knight Rises Movie Premiere

jueves, 12 de julio de 2012

Mi única verdad:


Toda mi vida es una mentira, jamás he superado mis pérdidas.

viernes, 6 de julio de 2012

A un paso.






Más que las puertas siempre me han fascinado las ventanas. Quizá porque crecí en una casa donde la oscuridad y la humedad de las paredes descascaradas, frías, viejas  no me permitían otra cosa que mirar hacia dentro. Mi cuarto no tenía ventanas. Apenas una pequeña rendija en lo alto del techo desde donde podía  observar el cuerpo de los gatos que solidariamente se acercaban hasta ella. Esos gatos ajenos convertidos  en mi única compañía nocturna.

Ahora vivo en un pequeño apartamento, caro, con dos hermosos ojos hacia una de las avenidas principales de la ciudad más codiciada del oeste "americano". A través de ellas veo el cielo, las luces de la gran ciudad de los sueños, el edificio donde mataron a uno de los Kennedy, carteles en coreanos y en inglés, aviones que cruzan, pájaros que vuelan, luciérnagas de la noche urbana sin gatos que me hagan sentir acompañada.

Estas ventanas majestuosas y elegantes de un edificio que alguna vez tuvo glamour y fue habitado por las estrellas más famosas del cine mudo en Hollywood, hoy son mi única alegría. Ellas saben que no miento. Que no hay rostro con sonrisa, ni amigos a doquier, ni familia armónica, ni amantes furtivas, ni amores platónicos, ni gato blanco con ojos azules.

Sólo una inmensa soledad que día a día carcome los huesos como el reuma más atroz de cualquier cuerpo anciano, viejo, cansado. No hay promesas de esperanza, ni credo, ni fe. Todo podría terminar con un mero salto al vacío. Con una fuerza egoísta que me impulsara a dar el paso, el único que acabaría con el infierno del cual solo las ventanas podrían salvarme.

domingo, 20 de mayo de 2012

Sueñito soñaba anoche.

(Dar click en el video antes de comenzar a leer. "Qué más da" Ely Guerra) Los adoquines vovieron a repetirse como aquel viejo sueño donde bailabas tango. La diferencia fue el mar, el mar estaba lejos y no puedo imaginar un Montevideo sin mar. Aunque la geografía le llame estuario y la gente le nombre "Río", para mi siempre ha sido "mar".

Esta vez el agua no apareció pero aparecieron árboles llamados "platanos" -sycamore para que no te confundas con los bananos- sus raíces salían a la superficie por entre las hendiduras de los adoquines grises y abrazaban la calle entre ese borde fino del camino de niños a la escuela y el territorio de los autos viejos.

Era casi un Montevideo antiguo, estoy segura por los adoquines veía la Ciudad Vieja pero lo extraño era la falta del mar. Ahora que lo pienso bien,  se veía como un lienzo donde la pintura semiborrada dejaba a la imaginación del observador el libre albedrío de pintar lo que se le antojara.

Al borde de las veredas las casas nacidas en los albores del siglo XX...las casas con balcones, puertas de dos postigos, escalones de mármol, pasamanos de hierro, ascensores oscuros, rejas pobladas de malvones, paredes descascaradas, ornamentos en los techos, lámparas sin energía, contemplaban mi figura caminando por las veredes angostas.

Yo era más joven -como 20 años más joven- vestia un pullover azul marino con cuello a la base y un pantalón vaquero más azul que el pullover. Mi pelo más negro que hoy y los dedos flacos de mis manos se vían como las terminaciones nerviosas de un cuerpo desgarbado y lleno de vitalidad a pesar de la delgadez. Lo mío no era falta de salud sino juventud.

Caminaba por las veredas desaliñadas de la ciudad poblada de adoquines  y el silencio de una noche sin vida. Y esa es otra extraña manera de ver la realidad. No puedo imaginar el casco antiguo montevideano sin los ruidos de la noche y por ende, sin vida.

De pronto una casa cuyo frente estaba pintado de gris me llamó la atención, por curiosidad por simple curiosidad me acerqué al zaguán marrón que permanecia entreabierto. Asomé mi cabez y sólo pude ver un largo corredor con baldosas pobladas de símboles moros. A los costados varias puertas indicios de diferentes mundos, cada habitación una historia y la invitación a entrar en ellas.

Recuerdo mi sensación de estar profanando un lugar sagrado. Nadie me había invitado a entrar a dicha casa pero la puerta entreabierta despertó mi curiosidad felina y como un zagas gato con esa parcimonia que los caracteriza y la flexibidad de estar siempre listos para huir, caminé por el corredor.
Recuerdo el silencio sepulcrar, la casa como la noche de la calle de adoquines carecía de ruidos.

Una de las puertas de los costados se movió, exactamente la puerta se encontraba sobre mi lado izquierdo. Como un fantasma llamando mi atención caminé hasta el umbral del cuarto, vi el color de la medialuz y entré. Otro cuadro se levantó ante mis ojos.

Estabas allí, sobre una cama con la cabeza reclinada en su cabezera y los piernas cruzadas una sobre otra. Vestías un vestido azul y negro, con escote pronunciado y collares multicolores alrededor de tu cuello.
El azul del vestido hacía juego con la colcha de la cama y las uñas de tus pies pintadas de rojo me recordaron a un poema de Baudelaire. ¡No sé por qué ese estúpido poema vino a mi mente! Y le digo estúpido no por lo tonto sino por lo reiterativo en mi vida.

Tu mirada sonrío al verme y tus manos me invitaron a sentarme en el borde de la cama.
No hablabas, no hablé.
No sé como sucedió, pero después de mirarnos por un tiempo - del cual no tengo indicios cuánto fue pero sí de la profundidad de su existencia- acaricié tus piernas desnudas. No te movias pero podía escuchar tu respiración comenzar agitarse.

Mis manos tomaron el camino de un rumbo desconocido pero imaginado. Serpentearon por debajo de tu vestido, llegaron hasta la cumbre de tu placer más deseado y en ese momento en qué la exhalación de tus ganas de vida se escaparon de tu boca tomates mi mano y dijiste:

- No sigas.

- Sólo dejate sentir, no tienes nada que hacer, sólo sentir.

- No puedo. Sería como estar sola, sería como un orgasmo conmigo misma y yo quiero amar a otro.

.....

Desperté bajo el maullido de mi gato en mi oreja derecha.
Ahora tengo la sensación de que la angustia no ha quedado en el sueño, y quizá al escribirlo se desintegre fuera de mi. Perdón, no soy buena.