jueves, 26 de septiembre de 2013

I confess.

Extraño el olor a cocoa caliente de las cinco de la tarde y las baldosas negras y blancas del corredor del patio con aljibe y árboles de jazmín. Extraño la caricia, el beso y el rezo. El ruido del jabón resbalando sobre la ropa que cae sobre una tabla de madera con canaletas para zambullirse en el agua dulce contenida en un latón. Las uvas colgando del parral. El agua fría del otoño, la escarcha sobre el tejido del gallinero. Extraño las gallinas, los conejos y los patos. 

Extraño a mi padre. Extraño a mi madre. 

Ya soy grande, muy grande y sigo extrañando todas esas cosas pequeñas e insignificantes que poblaron mi infancia. Los colores de la tierra donde con tanto amor y tanta paciencia mi padre plantaba su orégano, perejil y cebollines. Los olores de la cocina donde con devoción mi madre revolvía su dulce de higo, deshuesaba una gallina o preparaba un guiso. 
También extraño una cama inmensa con un edredón de plumas. 
La espalda desnuda  donde escribir poemas de amor. 
Leer a Loarca o Baudelaire de a dos. 
Es decir, también extraño a una mujer. 

Hay un eslabón perdido entre aquella parte de mi película y esta. 
¿Cómo llegué hasta aquí? 

Sin madre, sin padre y sin mujer llego a una parte del camino donde empiezo a oler la melancolía de otro octubre. Ese mes que me deprime tanto y donde la nostalgia de lo que fue me desarma todo intento de resistencia. Los ángeles también se han marchado. Y lucho para que el mensaje persista. Recurro a algún buen amigo para que como un espejo me diga lo que ya sé. Tomo litros de agua para limpiar más que mis riñones, el alma. Leo, devoro libros, busco alguna amante, si es casada mejor. No quiero el peligro. Huyo, huyo, huyo del padre de la madre y por sobre todo, huyo de la mujer. 

Me quedo con Dios y también con mis gatos que son la prolongación del amor divino. 

Victoria García
L.A. 2013