martes, 13 de julio de 2010

Después de tanto tiempo.

Diez años atrás caminaba por la costa del Río de la Plata, exactamente por la rambla Sur; ahí donde Javier Barrios Amorin cruza San Salvador y muere en la costanera. Era invierno. El oleaje como suele hacer durante los inviernos motevideano golpeaba sobre el cemento su furia indomable.

Bravo como ninguno, majestuoso y gris, el Río como Mar -que ni es río ni es mar- hizo las veces -cómo otras tantas veces- de padre consolador, de madre comprensiva y confidente hermano mayor.

Con la mirada perdida en busca de una orilla que nunca llega a verse, arrodillada como en el más sagrado de los altares confesé mi secreto: dejaría atrás las navidades de verano, el olor a las tortas fritas cuando llueve, al chimichurri recién hecho sobre el medio tanque, el sonido de los tambores cruzando cada domingo Isla de Flores, el vino tinto en caja y los ravioles caseros de mi madre cada vez que la visitaba.

Ni la crisis económica, ni el exilio político,  ni la mediocridad social que no aceptaba a raja tabla mi escencia  fueron razones valederas para hacer tal confesión. La única excusa posible fue el amor.
Un amor que había llegado de sorpresa para enseñarme que el mundo ni era ancho ni era ajeno. Y que detrás de los límites, las aduanas, las fronteras, existían nuevas lecciones que aprender.

Por casualidad o por designio divino yo había nacido en un país sin nombre propio. Una República situada en el lado oriental de un río de cuyo nombre se apropió: Uruguay. O Río de los pájaros pintados, como nos gusta llamarle a quienes estamos deseosos de reivindicar nuestra raíz indígena.

Crecí en una población llamada "los que bajaron del barco", hijos de emigrantes italianos y españoles. La historia que me contaron fue de exterminio y de aniquilación. Tuve que llegar a leer los libros de Galeano y de Vidart para aprender que antes de los españoles mi tierra tenía historia, raíces que se prendieron a nosotros los nietos y tataranietos en un mestizaje espiritual más que biológico.

Deseosa de aprehender el mundo de quien fuera en aquel entonces la elegida como compañera de vida,  tomé un avión y dejé impresa en mi memoria la última imágen de mi país: una vista área de azul celeste con muchos puntitos verdes. Y atrás el Río como Mar guardando mis secretos y mi promesa: "con vida o sin vida volveré a vos pero mientras te dejo lejos porque si te llevo me muero antes de llegar".

En más de una oportunidad en estos diez años por asuntos de sobrevivencia emocional tuve que acallar el recuerdo de esa caminata invernal llena de confesiones a mi río. Tuve que adoptar otro lenguaje, otras palabras, otros acentos, levantar otras banderas, dejar de tomar mate aún en mi propia casa porque el mate se comparte no se toma a solas.

Y conocí de la pasión y nacionalismo mexicano y me contagié de las cosas lindas de ese segundo hogar que generosamente se me otorgó.

Amé cada instancia vivida en la nueva tierra -aún las que cómo sudaméricana sufrí- y admiré por sobre todas las cosas el nacionalismo exagerado  de  un pueblo que me mostraba  con orgullo  su identidad indígena a pesar de la aculturización. En el fondo quería ser como ellos. Conocer el patriotismo absurdo.

Como uruguaya la identidad se me hacía ajena. Eramos el calco de una europa peninsular italo-española. Misma cultura, mismo apellido, misma sangre, mismo idioma, mismas costumbres, misma comida, misma educación.

En mi casa,  las postales y fotografías de indígenas latinoamericanos abundaban por todas partes. Recuerdo en mi viaje a Chile antes de convertirme en emigrante mi admiración por el pueblo  mapuche y huiliche.  Y mi envidia por no tener de índigena  más que una garra emocional.
 En verdad creo mi necesidad de no ser una fiel copia de mi ancestros le ganaba a la realidad.

Después de diez años de adormecer una gran parte de mí y de cuarenta y pico de años de buscar un sentimiento de orgullo nacional me siento frente a un televisor.

Miro un partido de fútbol, grito un gol con toda el alma, me pongo de pie a cantar el Himno uruguayo, con los pocos dólares que me queda me compro una camiseta celeste,  saco mi matera de cuero con la inscripción "Mi charruíta linda" comprada en la 18 de julio -que hoy se me hace tan angosta- por aquella excusa de amor que me impulsó a conocer un poco más del mundo.

Tomo el metro, me cebo un mate, no me importa que me miren, que parezca un bicho raro.  Cocino mis propias empanadas, mis choripanes, contagio a mi roommate colombiano de la emoción del encuentro con mis cosas, escribo hasta el hartazgo en las redes sociales sobre la pasión y el fervor que me brota.

Me olvido del resto, de los mexicanos, de los centroamericanos, de los españoles, de los brasileños, me olvido del orgullo de los otros  y lloro como un niño que se ha perdido de la mano de su madre y al fin la ha encontrado.

5 comentarios:

Leo dijo...

uyyy eso es amor a la camiseta o nostalgia de haber sido y dolor de ya no ser?

Lucía dijo...

Holiiitas creo que no es ni amor por la camiseta ni nostalgia.
Es Uma Saudade Verdadeira...para los brasileños la saudade sería un estado de nostalgia "alegre"- (por decirlo de alguna manera porque no se traducir al español esa palabra) Dicho de otro modo, mantener la identidad cultural propia pero sin dejarse arrastrar por el río osucro de la depresión, y dejarse enamorar por lo lindo de los afectos cosechados, los paisajes visitados, en fin lo rico y delicioso que tiene para ofrecernos el lugar donde residimos...costumbres, estilos , modos de vida, acentos y sin número de etc's...pero siempre tener presente el olor olor a garrapiñada, las tortas fritas,el mate, idea vilariño, galeano, los negros y el candombe, mateo, darnauchans, zitarrosa, viglietti, la rambla azul del río- mar- océano hermoso de montevideo... en fin tanta cosa linda tiene este paisito que si sigo ennumerándote me voy al carajo.. y a idea era comentarte que te visité y que me gustó tu rinconcito je besiitos y sonrisaas

PD: "RESIDIR NO ES PERTENECER" (parafraseándote) pero que lindo es residir teniendo presente de donde venimos. (creo que divagué je)

vico dijo...

Leo, ni lo uno ni lo otro.

Lucía, gracias por tu visita y tu comentario.

Belkis Carolina Marcano dijo...

Hola. Tenia rato sin visitarte. Me gusta como adornas tu nostalgia. Solo quiero decirte algo: me encanto compartir este mundial contigo. Tu amor por tu camiseta, tus comentarios, tu energia...como me diverti y de paso me senti gratamente orgullosa de una fanatica de su equipo. Un abrazo fuerte.

vico dijo...

Gracias Belkis.
Un abrazo.