lunes, 28 de junio de 2010

La historia de mi orgullo.

“El orgullo, -decía mi padre- es algo que se lleva silenciosamente en la sangre”. Desde esa frase inaugural sobre el orgullo familiar aprendí que debía distinguir bien entre las voces del silencio que intentan callarme y los ruidos que me distraen de lo que verdaderamente creo.

Según su pensamiento, clamar a los cuatro vientos sobre lo que uno es, era caer en el pecado de la vanidad y la soberbia. En el plano político y social, mi progenitor, también abogaba por los cambios silenciosos. Creía que manifestarse públicamente contra gobiernos represores o contra una guerra, era cosa de “comunistas revoltosos”. Un verdadero patriota que deseaba el cambio social debía guardar silencio y demostrar únicamente su valentía en las urnas de votación cada cuatro años.

De acuerdo a las ideas de mi progenitor, sus nietos seguirían viviendo hoy bajo el régimen militar de los setentas. Ya que el pasaje de la dictadura militar, a la seudo democracia en América del Sur, sobrevino gracias la voz del pueblo que tubo la valentía de salir a las calles y romper el silencio manifestándose -entre otras cosas- a cacerolazos *.

El silencio en mi familia era como un idioma.

Sin hablar, siempre se sabían las verdades. Jamás durante mi adolescencia necesité presentar a mis novias como novias. A cada visita de ellas, mi padre, se encargaba de ofrecernos su recamara matrimonial. Quedando establecido para el resto del clan que aquella nueva mujer, era la actual pareja de su hija menor. El asunto era aceptar sin nombrar ni dar título. Una cómoda manera de continuar el equilibrio y la paz familiar. ¿Para que mostrar mi orgullo en palabras si tenía la cama servida y la cena en paz?


Lo que se ve no se pregunta. ¡Si jamás use falda ni jugué a las muñecas! ¿Que necesidad tenía mi pobre padre de escuchar en las calles del pueblo, el orgulloso activismo lésbico de su hija? El orgullo ya me había enseñado él, se llevaba en silencio y por dentro. Así que tuve que esperar unos añitos más para poder disfrazarme de fantasma y recorrer las avenidas de la capital del país, con un estandarte que decía: “Soy lesbiana, porque me gusta y me da la gana”

Claro que, con la cara tapada. No fuera que mi título de Profesor en Secundaria quedara descalificado, y me removieran del cargo que me había costado cinco años obtener. Era bien cierto, que la mayoría de mis colegas hombres eran maricas. Pero una cosa era serlo y otra era ¡manifestarse orgullosamente “puto” en la avenida principal!

Siguió el curso de la historia. Mi país dejó de ser gobernado por dictaduras militares y en el 2005 Montevideo, inaugura la Plaza de la Diversidad Sexual bajo un gobierno de izquierda. Las manifestaciones por el orgullo en América del Sur parecieran evolucionar. Mis amigos ya no salen de fantasmas, ahora caminan a cara descubierta. Esto no significa que la batalla por la dignidad esté ganada. Pero digamos que los retos a vencer en el sur son diferentes a los enfrentados durante la década de los setentas.

En el norte la historia era diferente.

Los activistas en San Francisco nos daban lecciones de lucha feminista y pronunciamiento contra la represión conservadora. Las lecturas sobre las marchas con contenido político en California, eran la Meca*. Soñaba con marchar en grupos que elevaran las pancartas y pronunciaran discursos en contra de la política racista y homofóbica de los gobiernos opresores de éste país. Con líderes comprometidos, con propuestas de un movimiento contestatario.

Marchar con los grupos lgbt  pronunciándose contra la guerra de Irak, (así como un día se pronunciaron contra Vietnam) contra la política anti inmigratoria que deshace parejas y destruye familias; contra la caza de inmigrantes  en Arizona (como si fueran patos), contra el recorte de presupuesto para la lucha contra el HIV.

En fin, esos temas tan “superfluos” y sin importancia para una lesbiana latina inmigrante, en la costa oeste de los Estados Unidos.

Más exactamente para una latina que vive en el corazón de West Hollywood.

Esta ciudad gay blanca que para el mes de junio meterá tanto ruido en mi cabeza, que logrará distraerme del verdadero sentido de mi orgullo. Santa Mónica Bulevar se convertirá en una gran carnicería donde exponer el mejor “lomo” gay. La vidrieras de los mejores traseros de machos al aire, y ¡ojo! ¿dónde quedaron las “tetas al aire”? ¡Tendré que viajar a San Francisco!

Suerte que éste año no coincide con elecciones nacionales, sino tendré que soportar nuevamente decenas de políticos desfilando pro-campaña electoral por el famoso “voto gay”. Me llenaran de publicidad de bares, tiendas de juguetes sexuales, y tendré condones gratis y lubricantes a doquier en mis bolsillos. Y no puede faltar la repetición de los esquemas familiares heterosexuales con jueguitos para niños cual parque de diversión infantil.

¿Dónde iremos a proclamar nuestro orgullo los que no vamos a formar una familia como la de papá y mamá? ¿Los que seremos solteros vocacionales, y jamás tendremos más hijos que una mascota?

Bueno, para esto si pagamos 20 dólares tendremos acceso a tres pistas de baile, compra de alcohol, y oportunidad de levantar amante nueva. Después de todo la palabra “gay” significa alegría, y orgullo vanidad o soberbia (según la Real Academia Española)

Coincido con mi padre que mi orgullo puedo llevarlo en la sangre pero ni coincido con las voces de su silencio ni con el ruido sin sentido de las marchas del norte que hasta hoy, he vivido. Claro, no puedo meterme en la cápsula del tiempo y regresar a los sesenta o a los setenta. Pero puedo soñar con una marcha del orgullo que me identifique en mis reivindicaciones políticas como lesbiana, y analice las contradicciones de mi propia comunidad lgbt.

* Cacerolazos (golpes de cacerolas u ollas)
* Meca (ciudad sagrada para los Musulmanes quienes tienen la obligación religiosa de peregrinar a ella una vez en su vida)

2 comentarios:

YINA dijo...

Interesante Vico, la verdad el orgullo no deberia ser por ser lesbiana o gay y tener el valor de gritarlo en las calles, por cierto ahora calles mas tolerantes. Prefiero el orgullo silencioso de tu padre que aun en silencio era capaz de comprender a la hija lesbiana,prefiero abstenerme de desfiles multicolores y decir un par de verdades cuando alguien dice algo contra la comunidad gay entonces espero ponerme roja comunista y no dejarme pisotear o que pisoteen a otros como yo.

Saludos desde Perú para tí y para el buen Teo

Belkis Carolina Marcano dijo...

Hola. Tu padre hizo un acto de dignidad y coherencia...que suerte!!! Creo que la congruencia es la base de la integridad, la unica voz que infunde respeto. Muy interesante tu post amiga.