lunes, 5 de abril de 2010

La espera.

Anoche he soñado contigo. Que llegabas a casa, blanca, inmaculada con tus manos frías a tocar mi puerta. Me recuerdo ahora de otras esperas. De otras noches donde el ruido de un motor que aminoraba la marcha se convertía en un disparo de ansiedad y taquicardias.

De niño, nuestro reloj interno funciona cien veces más lento que de grande. Será por eso que uno nunca termina de curar los dolores de la infancia.
Los segundos se convierten en días y los días en años. Como un gato que de cumplir un año ya ha vivido siete. Para ellos el tiempo no es el nuestro. Y hoy mientras miraba tras las ventanas de casa, ese auto blanco que estacionaba al borde de mi acera, el corazón volvió a latir eufórico. Quizá había desistido de la diaria rutina de tus días para llegarte hasta aquí a tocar mi puerta.
 
Cerré los ojos y en un segundo recordé aquellas noches en que el autobús proveniente de la capital, exactamente a la una, en medio del silencio sepulcral de la madrugada se estacionaba en la esquina de la avenida Yaguarón y Rivera frente a la panadería Cores. Entonces, cerraba los ojos y mi corazón de cuatro años acelerado pensaba:

- ¡Ahí, llega!

Metida bajo una manta gris apretaba la mandíbula y los ojos, estrujaba mis manitos, rompía mis dedos contando en marcha regresiva el tiempo entre el motor que aminoraba la marcha y el golpe en seco de una mano de bronce colgada en la puerta de calle. Los minutos eran una eternidad que cruzaban las baldosas rotas de la bodega de Don Ruiz, la casa de la flaca Gladis, el muro de Doña Cándida, el perro de Don Benito que nunca llegó a ladrar....Luego el silencio cortado por el motor acelerado que partía rumbo a la central de autobús del pueblo. Y mis ojos que se abrían y mis manos que se abrían y otra vez, la espera sin premio ni regalo.
 
Yo miraba el cruxifijo de plástico fluorescente que en la noche se me hacía inmensamente grande y luminoso colgado de la cabecera de mi cama de jergón, miraba a ese sabelotodo que cuidaba mis espaldas mientras yo dormía, y le decía:

- ¿Cuando va a llegar?

Si respondió alguna vez nunca lo supe porque no entendí su lenguaje jamás. Sólo el silbido lejano del tren proveniente de Mercedes rumbo a la capital a la una y media de la madrugada cuando los trabajadores del frigorífico iban a trabajar. 
Entonces me dormía sin sueño de puro coraje y desilusión. Me dormía pensando que mañana tal vez fuese diferent porque desde chica a uno le enseñan a esperar.
Pero la diferencia entre ayer y hoy es abismal.

Mamá debía llegar y no llegaba, en cambio tú, siempre llegas de sorpresa aunque sea en mis sueños. 

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