miércoles, 6 de enero de 2010

Cajas de zapatos.

En mi casa paterna, las cosas importantes se guardaban en cajas de zapatos. Las fotos viejas, las cartas amarillas y las pocas joyas de mi madre. El dinero que con tanto sacrificio mi padre ahorraba no iba a parar a una cuenta de banco, sino a una caja de zapatillas marca Seral.

Estas cajas eran despositadas a su vez en un cajoncito del ropero matrimonial. Mi mamá guardaba celosamente la llave. Durante los siete primeros años de mi vida, no tuve la más mínima oportunidad de acercarme al celoso secreto de la intimidad familiar. Como perro guardían tanto mi padre como mi madre mantenían el tesoro bien resguardado y la llave bien escondida.

Mamá murió y mi padre continúo guardando cajas de zapatos con nuevos tesoros: los lentes redonditos de mamá, el anillo de matrimonio que le quitaran antes de guardar su cuerpo en el ataúd, la dentadura postiza con sus dientes de oro, su costurero. Pude ver cuando entre llantos guardó cada pertenencia de su amada como si fuese el más sagrado de todos sus recuerdos.

Luego de 25 años mi padre enfermo de gripe, me pidió tomara la llave que celosamente guardaba atada a una cadenita de plata.
"Abre la caja de madera"- dijo entre una convulsión de tos.
Entendí que estabamos frente a una situación de emergencia. Por primera vez en 37 años de vida se me permitía abrir la caja del tesoro familiar.

Me pidió le acercara una de las cajas de zapatos. Con dificultad sacó de ella un sobre y me dió dinero.
"Paga la consulta del médico"- dijo- "y ve a la farmacia a comprar las medicinas. Pon la caja donde estaba y regresa la llave a su lugar".
Cumplí con todas las diligencias antes de la hora de la siesta. Como buen descendiente de español, mi padre tenía una cita rigurosa con el sueño a la una de la tarde.

Mientras el dormía, me acerqué a su cama y sentí la impetuosa necesidad de romper mi fidelidad familiar. Ni en mis épocas de adolescente se me hubiese ocurrido robar la llave y abrir la caja de madera. Pero a dos semanas de emprender mi viaje sin regreso, bien valía la pena desobedecer cualquier orden.

Tomé las cinco cajas de zapatos, las llevé bajo la parra, me senté en el banquito de madera verde al cual me subía a cocinar cuando mi padre trabajaba todo el día y mi madre ya era ausencia en la casa.

Lo que descubrí no fué un tesoro sino mi propia historia.
La que jamás me habían contado.








2 comentarios:

José Gómez dijo...

A mis hijos les gusta usar las cajas de zapatos para guardar sus juguetes pequeños jeje....buen blog!

Vico dijo...

¡Gracias José! estaré conociendo tu blog en breve.