miércoles, 16 de diciembre de 2009

jugar mi propio juego





Cuando era niña las otras niñas se me hacían aburridas. Mientras en mi mente fluían historias que luego iban tomando cuerpo en forma de juegos solitarios, ellas, compartían su tiempo copiando lo que veían: ser mamá, esposas, amas de casa y maestras.

Mis juegos eran creativos y por ende, diferentes.

Ellas se me hacían aburridas y yo se les hacía rara.

Tenía tres juegos favoritos. Los tres estaban poblado de personajes y muchísimos diálogos. En dos de ellos era varón, en el otro mujer.

1. Me encantaba ser profeta. Era un profeta muy sabio. Ataba mi pelo largo con un hilo negro, ponía sobre mis hombros una mantita gris que había pertenecido a mi abuelo Marco, usaba unos jeans viejos, me descalzaba y con un montoncito de libros bajo el brazo me iba hacia un pequeño monte de eucaliptus a las afuera del barrio. Nada de lo que me rodeaba era lo que los demás veían. Visualizaba cientos de personas sentadas en el descampado escuchando mis profecías. Juraba que mi cabeza estaba afeitada, que la vara de eucaliptus que usaba para apoyarme al caminar era un bastón sagrado que había pertenecido a monjes solitarios. Era un anciano que compartía su sabiduria y experiencia con el pueblo. Tenía el don de adelantarme a los tiempos. El juego me costó varias palizas de mi padre. Los vecinos le llamaban preocupados cuando me veían caminando rumbo al monte sola descalza. Y las niñas creo entre curiosas y miedosas se alejaban de mi. A pesar de eso, a la hora de la siesta cuando todos en casa dormían volvía a jugar a ser profeta.

2. Tenía un personaje llamado Emilce. Emilce era un apuesto chofer. Conducía un camión de carga que transportaba diferente tipo de mercancía hacia otros países del mundo. La libertad y la aventura eran los compañeros de Emilce. El cual en sus recorridos recogía hermosas chicas que salían a la ruta. Y como todo un Don Juan les invitaba a conocer el mundo. A Emilce nunca le faltaban novias pero con ninguna se casaba. Tampoco le quedó mundo sin conocer. Más que un chófer de camión mi personaje era un conquistador.


3. Mi otro juego favorito era ser escritora. Nunca he entendido por qué escritora y no escritor si en mis otros juegos siempre fuí varón. Pero así sucedió.
Escribía cartas de amor que luego regalaba a mis compañeras. Convengamos que en esta época tenía entre siete y diez años. Por desgracia debido a mi movida historia familiar, no conservo ninguno de mis primeros escritos pero daría lo que no tengo por encontrar alguno de ellos. Como escritora era una mujer independiente que vivía en la playa y escribía siempre mirando al mar.

Estos tres personajes eran los que solían acaparar mi tiempo fuera de la escuela. Pero había más: ser locutora de radio, ser un cantante de tango, ser un vagabuno.

En el barrio se resignaron a mis rarezas y atribuyeron estas desviaciones infantiles a la muerte de mi mamá y a la depresión de mi papá.Sin embargo la resignación apacible del barrio ante mis juegos extraños no evitó la la marginación social a la que fuí sometida años más tarde.

(algún día la historia continuará)

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