jueves, 10 de diciembre de 2009

La casa de Dios.

En México era como vivir cerca del cielo.
Habían dos fronteras, una para entrar al paraíso, y la otra para resguardarse del infierno.

La primera quedaba rumbo al norte cruzando el Río Bravo.
La segunda pasando Chiapas hacia el sur.
Ahora que crucé el purgatorio y estoy lejos de Sudamérica, me doy cuenta que a Dios se le olvidó avisar su cambio de domicilio.

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