martes, 1 de diciembre de 2009

el SIDA toca a todos y a todas

La primera vez que escuché hablar de SIDA fue en el año 1986. Mientras en la llamada MECA GAY del mundo los maricones (en su mayoría) morían abandonados en los hospicios, en Montevideo mis amigos seguían levantando amantes por la 18 de julio sin usar condón. Nadie hablaba de esa extraña enfermedad que había entristecido a los más "alegres" de la sociedad del norte.

La noticia nos llegó tarde. La noticia nos llegó cuando a la Coneja, "la vestida" más popular del pueblo, le salieron una especie de llagas que le obligaron a permanecer encerrada por varios meses. Las fiestas clandestinas en los suburbios continúaban con total normalidad mientras la anfitriona más popular moría sola en su casa de una extraña y silenciosa enfermedad. Porque de SIDA en aquel entonces nadie se atrevía hablar.

A la Coneja la fiebre y las llagas se la llevaron pronto. Después vino el Pirulo, el bailarin de la comparsa lubola. Pero lo más extraño fue cuando el Pepe, (el marido de María la kioskera) cayó en cama con fiebre y no se levantó más. El Pepe trabajaba siete días en el campo y al séptimo visitaba a su mujer en la ciudad. En una de esas visitas contagió a María la cual estaba embarazada y a su vez contagió a su bebé.

Entonces varios murieron y nadie hablaba nada de esa extraña peste que ya en el norte tenían descubierta y algunos le llamaban "Rosa".

Y de ahí surgió el miedo. El miedo a tomar en el mismo vaso de mi amigo José porque era puto y nunca usaba condón y quien podría asegurarme que por su baba no me contagiara como se contagia un resfrío o una gripe.El miedo estúpido porque en realidad, jamás tuve conciencia de cuidarme a la hora de tener sexo.

Eramos jóvenes, impulsivos y sabelotodos. Creíamos que la nueva peste venía como encapsulada en una jeringa o en un pene. Pensabamos que las mujeres vírgenes de hombres estabamos absueltas del contagio.

Hasta que en los 90 y pico, cuando la televisión comenzó a llamar las cosas por su nombre y el ministerio de salud pública dice que hacía sus campañas de alcance, alguien me obligó hacerme mi primer prueba de HIV.

No recuerdo bien el interrogatorio de la enfermera pero tengo una vaga idea de su convicción al decirme "cero por ciento de posibilidades a contraer el virus por ser lesbiana". Error. Jodido error.


Continúe mi vida de libertad sexual como si nada. Para tener sexo con una mujer bastaba solamente gustarse, mirarse y cojerse. Nada de historia amorosa, nada de interrogatorio sobre el pasado, menos sobre vida sexual. En esas idas y venidas de bares y de camas conocí a Silvia. Durante tres meses el deseo y la pasión le ganó a la cordura. Ni yo pregunté su historia ni ella preguntó la mía. Tampoco usamos protección alguna.

Pasaron seis meses desde la última vez que estuvimos juntas. Ni ella sabía de mi ni yo de ella hasta que recibí una llamada telefónica. Silvia estaba en el hospital y su médico quería hablar conmigo.

La primera vez que sentí un sudor helado correr por mi frente fue en julio de 1999, cuando el doctor que atendía a Silvia me comunicó que debían hacerme un exámen de HIV inmediatamente.

Silvia era bisexual y había sido diagnosticada con el virus un año atrás. Durante tres meses había tenido sexo sin precausión alguna con Silvia. Ergo, yo, la intocable de la peste por primera vez tuve verdadera conciencia de que el SIDA podía tocarnos a todos.

La vida me dió una oportunidad. No fuí de las contagiada pero pude haberlo sido.

4 comentarios:

Ale dijo...

Tantos errores que se comenten por ignorancia o falta de información...

Que bueno que seguis acá.

vico dijo...

Ale, y a veces ni siquiera por ignorancia sino solo por irresponsabilidad.

Gracias por leer.

Leo dijo...

ge nial! te mando un abrazo.

vico dijo...

Leo...igual para vos. Gracias por leer!